A sus 76 años, el boxeador cubano José Legrá es sólo un recuerdo de quienes aún retienen en la memoria dos mágicas veladas: una de 1967 en que se proclamó campeón europeo de los pesos plumas y la de un año más tarde, al conquistar el título mundial y celebrarlo en la TV.
Hoy, según ha revelado el medio español Libertad Digital, Legrá está viviendo, pobre y olvidado, en una residencia para ancianos en Madrid.
Natural de Baracoa, Cuba, donde pasó hambre y malvivía con lo poco que ganaba como limpiabotas o vendiendo periódicos por las calles, José Adolfo Legrá Ultria se hizo boxeador de talento, y celebró combates en La Habana, Miami y México. Luego del triunfo de la Revolución, y de que Fidel Castro prohibiera el boxeo profesional en la isla, decidió emigrar a España, adonde llegó "con lo puesto".
En una época en la que el pugilismo atraía a mucha gente, logró llegar hasta su paisano Kid Tunero, antiguo boxeador convertido en entrenador, quien lo ayudó en sus primeros pasos por Madrid. Más tarde sería el propio presidente de la Federación Española de Boxeo, Vicente Gil, médico personal de Franco, quien lo ayudase a conseguir su sueño deportivo.
Cuando Legrá consiguió convertirse en campeón de Europa, el propio Franco lo recibió en audiencia especial en el Palacio de El Pardo, y le regaló al cubano un apartamento en el barrio madrileño de San Blas. Durante los años setenta y ochenta, Legrá se convirtió en un personaje muy popular en España, llegando a ser comparado incluso con el mítico Cassius Clay.
"La facundia del cubano se toleraba por su enorme simpatía", cuenta el periodista Manuel Román. "Atendía a todo el mundo de igual manera, con sonrisas y abrazos. Llevaba en los bolsillos unas tarjetas con su fotografía, que iba repartiendo cuando alguien le solicitaba un autógrafo. Todavía no habían surgido los "selfies" que si no también habría atendido a centenares de peticionarios. Cuéntase que llegó a ganar ¡cuatrocientos millones de pesetas! Que fue dilapidando, amén de cuando pudieron estafarle los avipados de siempre, entre francachelas de amigos oportunistas y sobre todo en sus veladas amorosas. Muchas mujeres iban tras él, sabedoras de que José Legrá no las defraudaría. Se dice que a las más íntimas y habituales les proporcionaba de gratis joyas, caros perfumes, relojes, abrigos de piel... Noches locas del campeón que él reconocía con esta gráfica frase: "El boxeo me proporcionó grandes satisfacciones... sexuales". Se reía a carcajadas como un niño feliz con sus juguetes. Y hasta debutó en el cine cuando Eloy de la Iglesia lo dirigió en Cuadrilátero."
Legrá llegó a ganar ciento treinta y cinco de los ciento cincuenta combates que disputó, perdiendo sólo once, con cuatro declarados nulos. Pero en 1973 su estrella comenzó a declinar. No le fueron propicios algunos de los negocios de los que presumía y perdió buena parte de sus ahorros cuando un socio lo embarcó en una empresa de calzado deportivo que llevaba como cebo publicitario su conocido apellido. Y poco a poco sus ganancias se fueron evaporando hasta que llegaron los días de penuria. Los amigos y aduladores de aquellas veladas triunfales del Palacio de los Deportes madrileño se escabulleron en pos de otros ingenuos, como por ejemplo Urtain.
Hoy, desconocido por muchos, sobrevive en una discreta residencia de ancianos en Madrid, gracias a la ayuda económica de varios viejos amigos. El que fue bautizado como el "Puma del Baracoa" ya nada tiene que ver con los guantes, el serrín, los "sparrings" y el ring de las doce cuerdas.