Carmina Liz está enojada. No tiene detergente y la ropa sucia desborda la canasta. También se acabó la pasta dental.
“Nos estamos cepillando con jabón, que está racionado y debemos escoger si lavarnos la boca o bañarnos. Me queda un picadillo en el refrigerador y unos frijoles, después de eso no sé qué va a pasar. Por eso no aplaudo de noche, ni a los médicos ni a nadie. De hecho, aquí en este barrio nadie aplaude. Eso es para los barrios ricos, el Vedado, Miramar”.
Carmina reside en Romerillo, un barrio marginal del municipio Playa, cerca del Palacio de Convenciones. Hacinamiento de casuchas en calles de tierras con cientos de pasillos y zaguanes donde vive la gente pobre.
“Yo tampoco aplaudo”, dice Otilia, de 76 años y vecina de La aldea, que cría dos nietos con una jubilación que no le alcanza. “Mi hija y su esposo están presos. Tuve que hacerme cargo de los muchachos. El día se me va en las colas, buscando comida para darles. Vinieron al mundo en mal momento, pero ¿qué culpa tienen ellos del coronavirus, del periodo coyuntural, de que sus padres estén encerrados?”.
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Para Otilia el trabajo que realizan los médicos es un deber. Salir a buscar comida para sus nietos es su obligación.
“Yo también merezco un aplauso, por arriesgarme con esta edad en una cola de horas para comprar alimentos. Pero nadie me aplaude, ni reconoce mi esfuerzo. Así que estamos a mano”.
Otro envenado por estos tiempos grises de epidemia es Carlos el relojero, vecino del barrio La Corbata, en La Lisa.
“Tuve que cerrar mi negocio. Mis ahorros se están yendo como el agua entre las manos. Apenas duermo pensando en el momento en que se me acabe el dinero y no tenga nada que darle de comer a mi familia. Me desconecté de Facebook porque me estaba enfermando. Muertos y más muertos y el coronavirus acabando, sin que aparezca la vacuna. Para colmo, leí un artículo de un científico que asegura que ese virus vino para quedarse. ¿Te imaginas?”
El relojero confiesa que tampoco aplaude a las nueve de la noche. Que es una imitación de otros países con cultura diferente y otras condiciones de vida.
“Aquí vivimos a la mansalva. Tal vez quien encontró pollo ese día, o al que le salvaron un familiar, aplaude. Pero a esa hora del “aplauso” este barrio se encierra en sus casas y no se escucha ni a los perros ladrar”.
En cambio, Miladis, abogada residente en un apartamento de 3ra y 36, en Miramar, expresa que los médicos, el personal sanitario de apoyo y las fuerzas del orden, merecen un fuerte aplauso por el esfuerzo que realizan para controlar y revertir la pandemia.
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“Mucha gente está frustrada con la crisis, por la escasez y la necesidad. Pero eso no puede contaminarnos el alma, ni el espíritu, muchos menos el corazón. Hay médicos que se han contagiado con el virus tratando de salvar vidas. Es cierto que ese es su trabajo, pero es nuestro deber reconocer su dedicación y el riesgo. Cuando aplaudo en la noche no lo hago solamente por nuestros médicos y el personal de la salud, también aplaudo por los médicos de todo el mundo, por los que han muerto, por los que se han contagiado, por los que están lejos de sus familiares combatiendo el COVID-19 en cualquier país. Lo que menos podemos hacer es juntar las manos a esa hora y aplaudir. Eso no cuesta nada”.
Esteban, logopeda de una escuela especial de Lawton, con dos familiares en un centro de aislamiento por sospecha de contagio, con probabilidades de que hayan enfermado, señala que más que un aplauso necesita que le contesten algunas preguntas:
“¿Cómo fue que en realidad surgió este nuevo coronavirus? ¿Quién es el verdadero culpable de su propagación a nivel mundial? ¿Fue un ataque biológico premeditado? ¿Cuba pudo prevenir a tiempo su propagación? ¿Encontrarán algún día la vacuna? ¿Después de esto el mundo volverá a ser igual?”