Pandemia redefinió la canasta familiar de Cuba y expone debilidades de su sistema político

A medida que los casos de COVID-19 se multiplicaban por toda la isla, hasta rebasar los 900 pacientes, las calles de algunas de las principales ciudades del país lucían similares a lo habitual
Pandemia redefinió la canasta familiar de Cuba y expone debilidades de su sistema político
 

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*Texto escrito por Cynthia de la Cantera (La Habana), Laura Rodríguez Fuentes (Santa Clara)  y Fernando Donate (Holguín). 

En un mañana de comienzos de abril, Carmen Rojas recordó cómo aprovechaba al máximo el jabón para lavar ropa durante el Periodo Especial, los años que siguieron a la caída de la Unión Soviética, que estuvieron marcados por la escasez de productos básicos en Cuba.

“Las astillas de jabón se guardan en nylon para que no se pierda la fragancia original. Las puedes hervir o rayarlas con un guayo encima de la ropa”, dijo Rojas, una jubilada de 57 años, vecina de la ciudad de Santa Clara. “Después, enjuagar con tres o cuatro cubos de agua, para que las piezas no queden jaspeadas”. 

“Cuando aquello no había detergente”, dijo Rojas que dice que subsiste por las remesas que le envía un hermano que vive en España. “Ahora estamos en lo mismo. A mí nada me coge ya por sorpresa. Lo que más preocupa es la comida. Sin bañarse se puede vivir”.

En cierta forma, el razonamiento del gobierno cubano en los últimos años fue similar al de Rojas: ante el endurecimiento del embargo y la caída del turismo provocados por las políticas restrictivas de la Administración de Donald Trump, y el colapso económico de Venezuela, las autoridades de la isla respondieron priorizando lo esencial.  

En septiembre en 2019, la ministra de Comercio Interior, Betsy Díaz Velázquez lo ratificó claramente: “la prioridad son los alimentos”, dijo al periódico oficialista Granma.  
 
En un país donde la población aprendió a vivir con escasez crónica de muchos productos de consumo básico, proveer alimentos para solventar esta crisis parecía suficiente para el gobierno. 
 
Pero en marzo de 2020 llegó a la isla la COVID-19 y la percepción de lo que era lo esencial cambió. 

Cuba no sólo necesita la comida que le permitió atravesar el Periodo Especial o “la coyuntura” provocada por las nuevas sanciones impuestas al país y a Venezuela por Trump. 

Ahora también requiere bienes y servicios que hasta ahora las autoridades no consideraron imprescindibles como los artículos de aseo. En contraste a las palabras de Carmen Rojas, bañarse ahora sí es necesario para sobrevivir.

El virus, que desde finales de 2019 recorre el mundo, está exponiendo a su paso las debilidades de las instituciones de los países que atraviesa. Y Cuba no es una excepción.

La isla dispone de un sistema de salud público que presume ser mejor al de muchos países de la región y un gobierno fuerte, sin contrapesos como en una democracia. Estos dos factores le permitieron a China, por ejemplo, superar la pandemia en unos meses.

Pero los cubanos viven en unas circunstancias que hacen que las medidas más básicas de protección frente al virus, las recomendaciones de higiene y aislamiento, sean más difíciles de aplicar que en otras naciones. 

En un país en el que ya escaseaban los jabones, detergentes o desinfectantes desde antes de la pandemia, no es sencillo cumplir con las exigencias de lavarse las manos varias veces al día o lavar la ropa y limpiar los zapatos inmediatamente después de volver de la calle. 
 
Una de la primeras medidas del gobierno, ante la llegada del virus, fue volver a incluir en la libreta de productos subsidiados, que se venden de manera controlada todos los meses, un “módulo de higiene”. Este incluye, para una familia de dos personas: tres jabones de baño, uno para lavar ropa, un tubo de crema dental y un litro de un tipo de cloro. 

Pero muchos cubanos dudan si realmente es suficiente esa cantidad de jabón y cloro o si el gobierno será capaz de distribuir estos productos en todos los municipios y durante todos los meses que dure la pandemia. 

Varios de los artículos del “módulo de higiene” sí han estado disponibles en varias de las principales ciudades cubanas en los últimos días, según confirmaron ciudadanos del país. 

Pero la ministra Diaz Velázquez informó el pasado 9 de abril, en el programa de televisión Mesa Redonda, que los jabones de lavar y tocador solo se habían repartido en 84 de los 168 municipios del país y que el promedio nacional de disponibilidad de cloro era de un litro y medio por persona.

La ministra también explicó que el detergente líquido y la crema dental “podrán adquirirse durante un periodo de tres meses, en dependencia de su disponibilidad”.
 
Los productos de aseo fueron retirados de la libreta a finales 2010, y desde entonces se vendían de manera libre. Su consecución se ha convertido en una de las preocupaciones recurrentes de los cubanos. 

En los últimos años escasearon en los establecimientos que venden sus productos en moneda nacional y se han podido comprar, sobre todo, en las tiendas de moneda convertible, controladas por el grupo empresarial del Ejército.  

En estas tiendas, también conocidas como tiendas de divisas, los precios son muy superiores, a veces inalcanzables para quienes viven de los salarios estatales cubanos y no reciben remesas.
      
En el país tampoco resulta sencillo cumplir con las medidas de aislamiento y distancia social porque acumular alimentos en casa para no tener que ir a comprar a diario no es una posibilidad. 

Esto ocurre, principalmente, porque los productos se distribuyen de manera irregular. 

Un día, por ejemplo, pueden distribuir pollo importado, mañana café, y pasado champú, lo que obliga a la población a estar siempre pendiente de dónde se puede adquirir un determinado producto para salir inmediatamente hacia allá.

“Los que pasa es que te los dan por poquitos y tienes que estar al tanto de dónde es que los van a sacar a la venta”, dijo Gipsi Peña, una joven de Santa Clara que hacía sus compras en una mañana de comienzos de abril.

Este sistema, a su vez, favorece las colas, ya que normalmente, los productos sólo se ponen a la venta en un determinado número de lugares y no en todos a la vez. Peña, por ejemplo, aseguró haber “marcado su turno” (pedir que le guarden el turno mientras hace otra fila) en tres colas de esa mañana.  

Además, dado que con frecuencia, se imponen límites a cuántas unidades de un bien se venden por comprador, es común que los consumidores vayan acompañados de parientes o amigos para poder adquirir más, lo que aumenta el tamaño de las filas y las aglomeraciones.

Esta forma de distribuir y vender productos, que fue siempre un engorro para la población, ahora se ha convertido en un problema de salud pública luego que la Organización Mundial de la Salud llamará a la población del mundo a quedarse en casa y a distanciarse de los demás.

En una reciente reunión del Consejo de Defensa Provincial de La Habana, los dirigentes del mismo, Luis Antonio Torres Iribar y Reinaldo García Zapata, hicieron un llamado al orden en las colas y a que los productos no se concentren en solo unos pocos puntos de venta. 

Torres Iribar advirtió que los administradores de las tiendas que no cumplan estos objetivos “serán juzgados según las normas jurídicas en situaciones de epidemia”, según reportó el medio oficialista Tribuna de la La Habana. 

“Hay que respetar a la población”, añadió García Zapata.

En San José de las Lajas, capital de Mayabeque, una ciudadana fue condenada a nueve meses de privación de libertad por resistirse a ser detenida tras haber “proferido palabras que atentan contra el orden público” mientras hacía una cola, reportó el diario oficialista de Mayabeque.   

Pero ni las declaraciones de las autoridades ni la amenaza de mano dura son suficientes para cambiar hábitos arraigados durante décadas, tanto entre burócratas como entre gente del común.

Las personas con más capacidad económica o acceso a moneda convertible, tienen mayor margen de maniobra. 

Mariana Álamo, una vecina de 30 años de La Habana que hasta el comienzo de la epidemia se dedicaba a arrendar habitaciones a turistas, explicó que en su familia compraron algunas provisiones previendo lo que sucedería y que ahora pueden permitirse solo hacer las colas que están bien organizadas, aquellas en que es posible guardar distancia.

“Hace unos diez días sacaron pollo en la esquina de la casa, en el CUPET (una gasolinera). La cola estaba súper organizada, estaban dando numeritos, como unos turnos”, dijo Álamo. “La gente estaba tomando distancia. Estaban dando un paquete por persona, compré un paquete, lo que tocaba. Después, hemos seguido comprando en colas que vemos que funcionan bien, no en las aglomeraciones”.

Pero la mayoría de cubanos sigue viviendo al día. Por eso, en estas semanas, a medida que los casos de COVID-19 se multiplicaban por toda la isla, hasta rebasar los 900 pacientes, las calles de algunas de las principales ciudades del país lucían similares a lo habitual.  Las mismas colas. La misma búsqueda incesante de los productos más básicos.  

El país no ha experimentado problemas con la fabricación de tapabocas sencillos de tela, que han sido producidos por talleres de costura particulares y su uso se ha hecho común en la isla. 

Se están vendiendo a precios asequibles, entre 10 y 15 pesos en moneda nacional (medio dólar).

A continuación les presentamos un recorrido en varias tiendas de Cuba realizado por los reporteros. 

La Habana: un recorrido por la tiendas.

Tienda: Centro Comercial Puentes Grandes 
Día 31 de marzo
Hora: Entre las 3 y 4 de la tarde

La fila era pequeña, según los nuevos estándares que impuso la emergencia sanitaria derivada por el virus. Una cola pequeña puede tener alrededor de 50 ó 70 personas, y el tiempo que transcurre desde que se empieza a hacer fila o se pide a alguien que le guarde el turno hasta que entra a la tienda y se realiza la compra puede ser de una hora. 

Ese día, en la tienda, sólo había papel sanitario y productos para el cabello en la sección de aseo. 

La fila estaba organizada por un trabajador del centro comercial. Cada 20 minutos repartía unos tickets y solo entonces se podía pasar, por grupos pequeños de 10 ó 15 personas. A la entrada de la tienda había un pomo de medio litro de agua, reciclado, con agua clorada. Era obligatorio lavarse las manos antes de entrar. 

La fila estaba supervisada además por cuatro policías: tres hombres y una mujer. Dos estaban de pie en la sombra, otro en el asiento del piloto dentro de una patrulla, y la mujer en el asiento de copiloto. Ella tenía un altoparlante que usaba para imponer el orden. Si alguien se acercaba de más a otra persona, si no tenía puesto su tapabocas o lo llevaba mal puesto, la mujer los reconvenía por el altavoz identificándolos por la ropa que traían puesta. 

“El señor del pantalón negro y el pulóver amarillo, póngase su nasobuco. Sí, usted mismo, no mire para atrás que es con usted”, le dijo. 

Si se escuchaba un murmullo en la cola, la policía regañaba nuevamente al público, diciendo que sólo se podía hablar lo necesario. 

 

 

Tienda: CUPET La Forestal
Día: primera semana de abril
Horario: Entre las 4 y 5 de la tarde

Se trata de un mercado pequeño. La cola era de unas cinco personas y demoró menos de 30 minutos. No tenía control policial alguno. En la sección de aseo había colcha de limpiar, jabón de baño y productos para el cabello. 

El jabón costaba entre 0.35 y 0.50 CUC (moneda equivalente y convertible al dólar) pero su compra estaba limitada a dos por persona. La dependienta dijo que en la mañana habían pasado inspectores para verificar que se estuvieran vendiendo las cantidades correctas, pero la mujer dejaba comprar hasta seis jabones de 0.50 CUC, marca Rubis, fabricados en Turquía. 

Tienda: Mercado Viazul, Nuevo Vedado 
Día: 10 de abril 
Hora: Entre 2 y 3 de la tarde.

En el mercado no hay ningún producto de aseo esencial para mantener la higiene que previene la Covid 19. Ni jabón ni detergente. Tampoco hay pasta dental, un producto muy demandado en estos días. En la sección de aseo sólo hay colonias, perfumes, y productos para el cabello.

El mercado de comida estaba abastecido con pollo. A esta hora no hay muchas personas en la cola pero no cumplen estrictamente con las medidas de distanciamiento porque el área de sombra es pequeña. No hay policías, ni ninguna otra autoridad que establezca el orden o exija que se cumplan las medidas.
  

 

 

Santa Clara: las jabas son las nuevas caras

Poco antes de las ocho de la mañana, las calles principales de la ciudad de Santa Clara comienzan a atestarse de gente en busca de suministros. Frente a las tiendas de divisa, que se concentran en el centro de la ciudad, se acumula una multitud que espera la apertura de estos establecimientos que se encuentran bien abastecidos para comprar productos de aseo y alimentos. 

“Aquí hay que estar antes de las nueve, para coger el turno en la cola y para ver si sacaron algo nuevo”, dice Elizabeth Llerena, que ha venido desde el Reparto José Martí, en la periferia porque “allá sí que no había nada para comprar”.
 
A las nueve y media, la muchedumbre supera las cincuenta personas que se amontonan entre sí y que chismorrean sobre la precariedad alimenticia de sus hogares.  

Dentro de una de las tiendas, que no supera los 40 metros cuadrados, se han armado otras tres aglomeraciones simultáneas: para la pasta dental y los jabones, para el aceite comestible y para los paquetes que contienen muslos de pollos, un cárnico que prácticamente había desaparecido desde hace meses. 

Estos productos, junto al detergente y el papel sanitario, son los más perseguidos y escasos en las tiendas recaudadoras.

“En mi casa somos cinco y vivo con dos ancianos y mi hijo pequeño”, dice Hilda González, una trabajadora por cuenta propia que quedó cesante cuando su jefe determinó cerrar la heladería en la que trabajaba. “Soy yo, entonces, la que tiene que salir a comprar y debo hacerlo al menos tres veces por semana. En un día me meto en cuatro colas distintas para diferentes cosas, ya sea por comida, jabón o detergente”.

La mayoría de los puntos de ventas estatales se encuentran desabastecidos de productos básicos para enfrentar la pandemia, como los de aseo, razón principal por la que las multitudes se concentran en un solo sitio. 

Esto mismo ha provocado que en los establecimientos donde sí hay disponibilidad de productos se limite la venta a dos unidades de cada producto. 

En caso de que alguien desee comprar más, debe venir acompañado de un familiar, y debe pagar de forma individual para dejar constancia en la factura de la cajera, o bien repetir su turno al final de la fila. 

Con el advenimiento de la pandemia, sumado al marcado desabastecimiento, el dos se ha convertido en una constante para los cubanos durante la cuarentena

“Son dos por cabeza y punto”, dice la dependienta de una tienda en la que el producto más demandado son las bolsas de Piñata, que desde hace años es el único refresco instantáneo a la venta.

Antes de comenzar la jornada, la trabajadora ya había separado una bolsa para ella y otra para su amiga, quien tiene dos hijos en casa con “las bocas abiertas”, y “que no se llenan con nada”, dijo. 

Los demás no protestan, no se perturban, su única preocupación son los dos paquetes de Piñata y el calor, ese vaho que les sazona los labios bajo el trozo de tela que les cubre la boca y la nariz.  

“Por eso nadie protesta, esto es como un bozal”, dice un hombre de la fila.

 

 

Holguin: “Si quieren que nos quedemos en casa, que la venta no sea normada”.

Tras media hora de espera en la fila, Angélica está a punto de entrar a la tienda de divisas La Luz de Yara, situada en el centro de la ciudad de Holguín.

“Necesito comprar picadillo de pavo y productos de aseo”, dice Angélica, una mujer de más de 60 años, mientras un tapaboca cubre su rostro y sus ojos acentúan cada palabra pronunciada.

Ella es jubilada y está entre la población en riesgo de morir si se contagia con el virus. En Holguín, de los 57 infectados hasta el momento, un 77 por ciento son mayores de 60 años.

Angélica vive sola con su esposo, que convalece de una enfermedad motora que le impide hacer filas.

Ante el peligro del virus, a ella le hubiera gustado quedarse en casa, “pero tengo que hacerlo yo porque no tengo quien me ayude a comprar lo necesario para vivir”, dice.

En realidad, ella es afortunada por poder comprar en una tienda de divisas gracias al dinero que dice que recibe de sus hijos desde Estados Unidos, y que cuentan con más variedad de artículos y precios en moneda convertible.

Pero desde la llegada de la pandemia, la tienda ha regulado la venta por persona a cinco jabones e igual cantidad de tubos de picadillo de pavo, el único cárnico que se expende.

La medida ha creado malestar entre los clientes quienes protestan porque la poca cantidad de productos ofertados no compensa tanto tiempo de espera en la cola. 

La situación se repite en otras tiendas de Holguín: en Modas Praga, tienda de divisas en el centro de la ciudad, donde la fila se extiende más de una cuadra. 

Allí, Enrique se queja porque en esta semana ha tenido que hacer cola en tres ocasiones. 

“Venden muy pocos productos por persona y por eso he tenido que venir varias veces a hacer cola”, dice el hombre mientras el sudor inunda su frente por el intenso calor. “Si el gobierno quiere que nos quedemos en casa, entonces que la venta en las tiendas no sea normada y podamos adquirir todo lo que necesitamos para no salir de casa”.
 

 

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