Cuba es una isla. Las islas suelen, por lo general, estar rodeadas de agua. El mar Caribe, que la baña, que la arropa, que hace parecer que flota entre sus olas. Y en el mar, además de latas de cerveza, balsas con cubanos encima, guardacostas que evitan que floten esas balsas con cubanos encima, hay sargazos, algas y peces. Muchos peces. Grandes y pequeños, sardinas y ballenas. Tiburones y barracudas. Incluso hay chopas, que ahora el gobierno de Cuba, tan preocupado por su pueblo, ha prohibido pescar y consumir. Sobre todo consumir.
Y como Cuba es una isla y está rodeada de agua, resulta sospechoso e inaudito, y no siempre en ese orden, que su población no consuma pescado. Ninguno. O casi ninguno, porque nadie cuenta como tal a ese engendro horrible conocido como Claria, llamado también pez gato, que puede salir hasta del tragante de la ducha, en el caso hipotético que el baño de un cubano tenga ducha o, en su defecto, agua, a pesar de que Cuba está rodeada por…y etcétera.
Y cuando ese habitante insular, rodeado de mares adyacentes y presentes, supone que está a punto de comer pescado, porque imagina que el estado lo va a distribuir por la libreta de abastecimiento, viene el golpe, el golpe de estado, el cambiazo: le dan pollo en lugar de alguna de las más de 600 especies de peces comestibles que nadan alegremente en nuestra plataforma insular, incluso algo más lejos, allende los mares, para lo que el hombre inventó los barcos y los avíos de pesca, y Ernest Hemingway escribiera su libro El viejo y el mar. No quiero imaginar qué cara habría puesto Hemingway si le dieran pollo por pescado.
Cuando el compositor cubano Osvaldo Farrés escribió esa alabanza a la vida marina que hiciera luego famosa mundialmente Germán Valdés, Tintán, en una película mexicana, y cuyo estribillo dice “En el mar, la vida es más sabrosa/ en el mar se vive mucho más”, no esperó nunca que el gobierno de una isla –su isla- rodeada de mar, iba a llegar a ser incapaz de ofrecer productos del mar a su población.
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¿Será que el Partido comunista y su mayordomo, el estado cubano, evitan la comercialización de pescado porque su masa contiene fósforo? ¿Temen un gran incendio? ¿No quieren que el cubano tenga fósforos ni en la cocina ni en el cuerpo?
Ahora, de manera sorpresiva y triunfalista, Cuba pone pejes sobre la mesa (nada de aquella gustada frase de “repite y pon camarones”). Y el regalo se llama Jurel. Un jurel que habita en el mar y que al ser sacado de su elemento, y para sorpresa suya y del resto de los jureles, su carne blanca alcanza precios prohibitivos para el cubano de a pie –y para el motorizado también—. Un jurel cuya venta ha sido clasificada como “liberada-controlada”, con lo cual toca un pescado cada tres cabezas. No sé qué pasaría en el caso de que existiera una familia de cubanos bicéfalos...
Un jurel esmirriado y triste, atropellado por el infortunio, asfixiado por el bloqueo -el del gobierno a su pueblo, no el estadounidense- derrotado y sufrido que evita ser freído, vendido a veinte pesos la libra. Y lo peor de todo: un pez que no conoce el frío, sino que guarda en sus carnes el sabor tropical de los mares aledaños y que pide a gritos un refrigerador para durar, sin corromperse, unos días más. En fin, que después de tanto tiempo sin distribuir productos del mar a la población, se aparecen con el más caro e inaccesible: un jurel que vibra en las montañas.
Si ese gesto desesperado del gobierno cubano -que tiene que comprar pollos a su enemigo, los Estados Unidos de América, para canjearlos por pescado- ha sido su intento por sacar una sonrisa a los habitantes de la isla más hundida del planeta Tierra, y la que menos pescado consume a nivel mundial, suma un nuevo fracaso, porque lo único que ha hecho brotar, una vez más, son lágrimas.
No es de extrañar que la gente haya cambiado. Y que ahora, cuando un cubano mira el ancho mar azul, el mar abierto y democrático del poema, no piense en peces, en comer pescado frito o asado, sino en irse muy lejos de esa superficie que casi ya ni flota sobre el mar. Ir, por ejemplo, a un lugar normal, donde vendan desde erizos a bacalaos. Incluso jureles más baratos.