En estos tiempos de pandemia y confinamiento yo quisiera ser tan invisible y diminuto como el coronavirus, para medir los bistecs que se “jaman” Raúl Castro y Díaz-Canel y, no lo hago por simple curiosidad, más bien, quiero compararlos con el pan con azúcar que desayuna a diario la hija autista de Ketty Méndez, una cubana, cuyo vídeo fue publicado recientemente en las redes sociales.
Igual quisiera transitar por las oficinas de GAESA, escurrirme por las hendijas y echarle un vistazo a las cajas fuertes del brigadier López- Callejas, para hacerle una invitación a donar algunos milloncitos a favor del pueblo.
Para rematar viajaría a las oficinas de ETECSA, para ser testigo presencial del robo de datos móviles y paquetes Nauta, puesto que el acceso a la información parece más preocupante que el Covid-19 y la hambruna que se nos viene encima. Pero volviendo a la realidad, las curvas características de “necesidad vs. miedo” ya están a punto de cruzarse, no siendo descartable el estallido de alguna reacción impredecible.
Apelando a la historia, en 1959 el expresidente Ramón Grau San Martín aseveró a los medios de la época que, “a Fidel Castro lo tumbaría el general se acabó”; sin embargo, han pasado más de 60 años de miserias y periodos especiales y el sistema aún pervive en el poder, incluso, sin su legítimo dictador. En cambio, la obediencia costumbrista se desmorona desde que las redes sociales comenzaron a sacudir telúricamente a la tiranía, con una sismográfica preocupante en tiempos de confinamiento.
En consecuencia, podemos aseverar, que la supremacía de la información de la cual se jactaba la prensa oficial, yace en una fosa común desde que los cibernautas tienen acceso a fuentes occidentales e interactúan dentro de un sistema hostil a las réplicas. Y, dado que las nuevas tecnologías imposibilitan empañarle el parabrisas al ‘realista ingenuo’—el individuo capaz de contemplar el ambiente social sin intermediarios—, comenzó a gestarse una espontánea glásnost, muy parecida a la que originó el cambio en la extinta URSS, cuando las mayorías tuvieron voz para culpar al socialismo de sus desgracias.
Como la información es poder, esta resaca de preocupaciones para el régimen, data desde el proyecto de TV Martí, cuando en pleno periodo especial se hicieron inversiones millonarias para interferir la señal, no descartándose para la obstrucción, el empleo de aviones, helicópteros, incluso, apagones.
Durante la presidencia de George W. Busch, en la entonces Sección de Intereses (SINA), instalaron un cartel lumínico que molestó sobremanera a Fidel Castro, quien ordenó taparlo con el entonces patético “monte de las banderas”. Empresas constructoras trabajaron día y noche y las estructuras de acero empleadas fueron importadas con premura desde México, pues al dictador sufría desvelos por aquel chispazo de libertad de expresión. Según testigos, en las madrugadas irrumpía en las obras para chequear personalmente los avances.
Ahora, la aplicación del decreto 370, con una multa de 2000 pesos cubanos, (120 CUC) es la medida coercitiva contra aquellos usuarios que publiquen en las redes sociales vídeos o comentarios sobre la realidad que viven los cubanos, los desabastecimientos; las riñas tumultuarias; las detenciones; las protestas y las réplicas a los bulos oficialistas. Pues la prensa domestica ni tiene argumentos, ni ya le reporta utilidad al régimen para rebatirlos, o sea, están en un franco proceso de extinción.
La mala noticia es que la dictadura, está obligada a soportar el azote cuasi masivo de las redes sociales. Cortarle abruptamente la conectividad a los cubanos como se estilaba en la época de Fidel, sería matarse como el suicida Chacumbele, pues, hoy por hoy, el monopolio de las comunicaciones ETECSA se revela como la principal fuente de ingresos de la isla, a causa, de que la pandemia de COVID-19 inhibió el turismo internacional; la adquisición de materias primas y el alquiler de médicos, este último, un trapicheo de corte esclavista bajo las lupas inquisidoras de occidente.
El desafío a no pagar las multas y la necesidad imperiosa de vender recargas en el exterior para obtener divisas, es lo que ha movido al régimen a cometer actos delictivos para atenuar las andanadas de críticas incomodas, acusaciones y ofensas directas contra la dirección del país. El robo de saldos; el hackeo a las cuentas y la imposibilidad de hacer reclamaciones en los números telefónicos habilitados, demuestran, que las irregularidades imputadas a ETECSA forman parte del hábito a delinquir de Raúl Castro y sus secuaces.
Lo real y maravilloso de toda esta historia, es que a 61 años del desastre, el “general se acabó” ya viene llegando con cinco estrellas en las charreteras y, gracias a las redes sociales, seremos testigos de la recuperación del mundo y el estancamiento de nuestra isla, con la salvedad, que ahora podemos unirnos para culpar al socialismo de nuestras desgracias y, la desvergüenza de ver a nuestros hijos comiendo pan con azúcar por carecer de un mísero vaso de leche.