Theodore Roosvelt, el vigesimosexto presidente de Estados Unidos, siempre recordó la batalla de San Juan con orgullo y alegría —the great day of my life, le gustaba decir—. Pero la historia de aquel combate, el más importante de la guerra hispano-cubana-norteamericana (1897-1898), fue menos gloriosa de lo que dejan entrever las palabras del famoso político, naturalista e historiador.
Ahora que la aparición de Donald Trump en el Monte Rushmore —junto a los rostros pétreos de Roosvelt, Washington, Jefferson y Lincoln— desató la polémica por el legado de ese monumento y las figuras a las que inmortaliza, hay pretexto para preguntarnos quién fue “Teddy” Roosvelt y qué representa para los cubanos y América Latina.
Hay que empezar por el principio: es una figura atravesada por pasiones contradictorias. De seguro el estadounidense promedio tendrá una opinión más benévola sobre él que cualquier latinoamericano, porque “Teddy” fue, lo que se dice, un gringo prototípico de fines del siglo XIX y principios del XX, aventurero, jovial e incorruptible, pero también un decidido expansionista.
Algunos de esos rasgos de carácter los formó como respuesta a su niñez enfermiza. Theodore nació en una familia rica de comerciantes de origen neerlandés —nada material le faltó—, pero padeció asma y otras afecciones respiratorias, lo que hizo que sus padres lo mantuvieran siempre en casa, educado por profesores privados e institutrices.
Cuando llegó a la juventud desarrolló una obsesión por el deporte y la vida sana que lo marcó para toda la vida. También se hizo aficionado a la zoología y la naturaleza, un pasatiempo alimentado por su padre, miembro prominente de la comunidad intelectual de Nueva York a mediados del siglo XIX.
La verdad es que estas aficiones de Roosvelt se mezclaban de forma un tanto caótica. De joven y adulto llevó una vida de cowboy en su rancho de Dakota del Norte, donde se refugió tras la muerte de su primera esposa en 1884. Allí lo mismo montaba a caballo que leía sobre animales raros. Uno de los rasgos distintivos de su presidencia (1901-1909) fue la fundación de parques naturales y la protección de la naturaleza —como lo podía entender un burgués adinerado del siglo XX.
Luego de abandonar la Casa Blanca se embarcó en una expedición a Sudamérica y otra a África, de donde regresó con una colección de 3000 animales. Cualquier científico de nuestros días pondría el grito en el cielo por las excentricidades de Teddy, pero Teddy era un animal urbano fascinado por las selvas y las praderas, no un investigador metódico consciente de los daños que el hombre provoca en el medio ambiente a veces sin querer.
Esta inconsistencia se extendió a todo lo que llevara la marca Teddy. Ingresó en Harvard para estudiar ciencias naturales, pero, tras obtener su Bachelort of Arts magna cum laude, ingresó en la Columbia Law School con el propósito de hacerse abogado y entrar en la política. Aunque fue un estudiante concienzudo, las leyes lo aburrían. Pasó la mayor parte de la carrera escribiendo una historia militar de la Guerra de 1812 contra Gran Bretaña, hipnotizado por el aspecto naval de la contienda. Al parecer nada satisfacía la curiosidad viva de este neoyorquino.
Sin embargo, parece que ya entonces comenzaba a encontrar sus obsesiones de adultez. La aparición de The Naval War of 1812, el fruto de años de estudio, lo catapultó a la fama en los cenáculos de la historia militar. La obra se convirtió en libro de texto en la Academia Naval, y lo siguió siendo por décadas.
Por esa época —1882— el capitán Alfred T. Mahan comenzaba sus lecturas de historia y teoría militar en el Naval War College que lo convertirían en el teórico naval más importante del siglo XIX y la primera mitad del XX. Su libro The Influence of Sea Power upon History enfatizaba la importancia de la marina para las potencias con afanes expansionistas. Roosvelt asistió a sus clases como invitado.
Nadie puede saber con certeza si Mahan fue, para Roosvelt, algo así como un Dios que revela a Moisés los mandamientos, pero durante toda su vida política Teddy fue un defensor de la marina de guerra y el expansionismo. Es probable que en las teorías de Mahan, Roosvelt encontrara la manera de poner en práctica sus ideas sobre la grandeza de Estados Unidos y su misión en la historia.
Este es uno de los rasgos más llamativas de la ideología de Roosvelt para los latinoamericanos y cubanos: su decidido expansionismo. Su primer cargo de relevancia nacional fue la subsecretaría de Marina en 1897. Allí se convirtió, de facto, en secretario, por la salud precaria de su jefe, John D. Long. Roosvelt abogó por la creación de una gran flota oceánica de acorazados. Sacó a Mahan de su retiro para que lo asesorara.
También abogó frente al presidente McKinley para quitarle Cuba a España, ya fuera por compra o guerra, y por la expansión de la influencia estadounidense en el Caribe y el Pacífico. Cuando explotó el acorazado Maine en La Habana, hecho que se utilizó como causus belli, acusó a España de la destrucción del buque sin ninguna prueba. Apoyado por el magnate de la prensa William Randolph Hearst, puso a la armada en estado de alerta sin autorización del presidente McKinley.
En 1907 Roosvelt ordenó la travesía de la Gran Flota Blanca —conocida así por el color de los cascos—, compuesta por 16 acorazados recién terminados, que completó en 1909 una travesía planetaria para mostrar el poderío naval de Estados Unidos. El viaje fue un acierto propagandístico y convenció al mundo de que esa nación era una potencia militar en toda la regla, justo lo que deseaba Roosvelt.
La guerra contra España
Pero, sin duda, el suceso que dio fama nacional a Roosvelt fue la guerra contra España, en la que el moribundo imperio hispánico —sombra de lo que había sido— perdió sus últimas posesiones coloniales.
Siempre en busca de aventuras, Teddy abandonó su cargo en la secretaría de Marina y decidió organizar un regimiento de caballería voluntaria, conocido como los Rough Riders. Según Horatio Rubens, un observador de la guerra, “los Rough Riders eran voluntarios procedentes del oeste de Estados Unidos, hombres rudos, reclutados entre cazadores, vaqueros y rancheros (…). Se decía que eran indiferentes a toda clase de peligros y privaciones, en busca de constante aventura. Entre ellos había algunos indios de pura raza y unos cien jóvenes cultos y distinguidos del Este”.
Bravos e intrépidos, eran también temerarios y poco diestros en el arte de la guerra. Sólo recibieron unas pocas semanas de instrucción antes de desembarcar en el oriente de Cuba, incluidos en el cuerpo expedicionario del general Shafter. Estaba compuesto por unos 1000 individuos, pero en Cuba combatieron entre 600 o 700; el resto quedó en su campamento de Tampa.
Los Rough Riders participaron en dos encuentros de aquella guerra. El primero ocurrió el 24 de junio —Las Guásimas— a pocos días de desembarcar. Los jinetes pusieron en desbandada a los exploradores españoles a costa de siete bajas. El segundo fue la batalla más importante de esa guerra tan breve y mediocre —ya veremos por qué— en la colina de San Juan.
Shafter atacó con 8000 de sus 15 000 hombres una posición defendida por 750 españoles, apenas un fortín avanzado, creyendo que se enfrentaría allí al grueso de la tropa enemiga. Esas fuerzas, unos 10 000, esperaban apostados en Santiago de Cuba. En cualquier caso, el regimiento de Roosvelt sufrió muchas bajas entre muertos y heridos, al punto de quedar fuera de combate.
Lo cierto es que no hay gran mérito cuando 8000 se enfrentan a 750. En agosto, los Rough Riders volvieron a Estados Unidos y un mes después fueron disueltos. Pero Roosvelt tuvo su bautismo de fuego y su aureola de héroe. Cuando ganó las elecciones de 1904, el recuerdo de la guerra estaba vivo.
El historiador militar Gustavo Placer Cervera asegura que el despliegue del cuerpo expedicionario fue una operación torpemente conducida. Es lógico: los estadounidenses no tenían experiencia en desembarcos anfibios —aún estaban lejos los días de Normandía— y ya no quedaban en servicio los oficiales curtidos en la Guerra Civil. Sólo por mencionar un defecto: cuando tocaron tierra llevaban los uniformes de invierno, apropiados para los fríos del Norte, pero verdaderos hornos en los calores tropicales de Cuba.
La guerra de 1895 a 1898 puso fin al dominio colonial español sobre la isla y dio paso a la República, pero a costa de una enmienda constitucional que facultaba la intervención de Estados Unidos en la política interior de Cuba, entre otros detalles. Roosvelt no dudó en utilizar esas facultades cuando en 1906 el presidente Estrada Palma pidió la intervención militar estadounidense. Es por eso que nunca ha sido visto con buenos ojos por los historiadores cubanos, ni siquiera antes de 1959.
Luces y sombras del “héroe de San Juan”
Para decirlo rápido y sin entrar en honduras, la presidencia de Roosvelt (1901-1909) tiene luces y sombras. En el escenario internacional las políticas de Roosevelt estuvieron caracterizadas por la doctrina del Gran Garrote. Señala el inicio del intervencionismo estadounidense y de su actuación como potencia mundial. El objetivo era asegurar su predominio sobre la zona del Caribe, por la fuerza si fuera necesario.
El término “gran garrote” (big stick), proviene de un discurso que pronunció ante el Congreso el 2 de septiembre de 1901: “habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos” (speak softly and carry a big stick, you will go far).
En 1904, en su discurso anual en el Congreso de los Estados Unidos, pronunció el “Corolario Roosevelt” que amplía la doctrina establecida por el presidente James Monroe (hacia 1823) al conjunto del mundo occidental, al afirmar que los Estados Unidos intervendrían en cualquier asunto de importancia que afectara a sus intereses.
Instigó una revuelta en Panamá para conseguir la separación de ese país de Colombia. El objetivo era terminar y apropiarse del canal de Panamá, que quedaría bajo control de Estados Unidos. Roosevelt opinaba que el paso a través del istmo de Panamá era fundamental para el despliegue de la marina y para beneficiar el comercio.
Sin embargo, Roosevelt trató de virar al Partido Republicano hacia el progresismo, incluyendo la lucha contra los monopolios y la regulación de las empresas. Acuñó la frase “Square Deal” para describir su política interna, haciendo hincapié en que el ciudadano de a pie tendría su justa parte en la política de su gobierno.
En 1902, ejerció de árbitro en la huelga de 100 000 mineros de Pensilvania contra sus patronos. La huelga prosiguió durante tres meses, fecha en la que Roosevelt consiguió para ellos un aumento de salario de un 10 % y una limitación de la duración de la semana laboral.
Roosevelt era partidario de un fuerte poder federal, capaz de regular la actividad económica. Atacó a los monopolios y entró en conflicto con el magnate bancario J. P. Morgan. A los monopolios los acusaba de obtener enormes beneficios en detrimento de los consumidores. También inició procesos legales contra los capitalistas del ferrocarril, el petróleo y la industria agroalimentaria. El inicio formal de esta cruzada contra los trust comenzó con un largo discurso de más de 30 páginas que pronunció en la Cámara de Representantes:
“Detrás del aparente Gobierno se sienta entronizado un gobierno invisible, no debiendo ninguna lealtad o responsabilidad a la gente. Para destruir esta invisible Gobierno, la primera tarea de la política es disolver la alianza impía entre negocios corruptos y la política corrupta”.
Ni santo ni demonio, es posible que merezca su lugar el Monte Rushmore.