* Por Frank Correa
El gordo tiene un negocio clandestino de venta de ron y cada semana, religiosamente los lunes, liquida la venta semanal a una empleada del círculo social que le surte.
Este lunes El gordo pagó 8 mil pesos a la muchacha, que dijo estar apurada, porque la jefa esperaba el dinero para repartirlo.
“La gente en Cuba bebe lo que no te imaginas”— dice El gordo—. “Si das un recorrido a esta hora, encontrarás una botella abierta dondequiera”.
El hombre asegura que su negocio marcha viento en popa, a pesar de que fue estafado hace poco por la policía.
“Hicieron el pan conmigo. Llegaron, me pidieron el carnet, vieron las botellas en el estante y el capitán me dijo, mira gordo, te voy a llevar suave. Para no hacerte un hueco grande, te decomisaremos solo el ron que está a la venta, y no vamos a tocar el otro, el que tienes guardado. Aquella oferta me tentó, al pensar que también podían acusarme y llevarme detenido. Le dije que sí, que se lo llevaran. Montaron las 24 botellas en el maletero y el capitán, antes de irse, me dijo: cuídate gordo, la competencia quiere sacarte del aire”— contó a ADN CUBA.
Es imposible contabilizar cuántos puntos clandestinos de venta de ron existen en la Isla. Y los cientos de miles de otros pequeños mercados clandestinos que ofertan productos en déficit, un mercado negro que ganó terreno en Cuba en 1959, con la revolución de Fidel Castro.
Quien no quiso doblegarse ante las regulaciones del Estado, comenzó a vender a escondidas. Fueron perseguidos por la policía, incautados sus productos, sometidos a multas y en los peores casos condenados a prisión, pero el mercado ilegal se mantuvo vivo hasta hoy, y constituye uno de los grandes negocios del país.
Muchos ahora son cuentapropistas, pero aun autorizados por el gobierno siguen cumpliendo los patrones del mercado negro: procedencia dudosa de los productos y ganancias al margen de la fiscalización estatal.
La bolita, que mueve cientos de millones de pesos al año, es otro de los puntales del mercado negro cubano: un juego prohibido por las leyes revolucionarias, pero muy arraigado en el pueblo.
Luis, El manca, jugador asiduo del barrio Miramar, ganó hace poco un premio de 10 mil pesos, y dice que se lo pagaron en CUC.
“Los banqueros cambian todo el dinero de la recaudación en moneda convertible. Habría que preguntar a los economistas si eso es bueno o malo para la economía. En otros países la bolita es un negocio de estado, aquí la lleva el mercado negro”, comenta.
Mercados casi irreales como La Cuevita, en San Miguel del Padrón, se esparcen por todas las provincias. Antonio Medina Castañeda la visita a menudo, porque según asegura: “allí se pueden encontrar hasta cajas de muerto”.
“Vi dentro de una vivienda unos tanques plásticos de agua, gigantes, y me resultó un enigma la forma en que los introdujeron, ni cómo los sacan cuando llega un comprador. La última vez que fui a La Cuevita encontré medias escolares para las niñas, y los ‘merenderos’ (bolsas para meriendas), que habían zancajeado todo La Habana sin encontrarlos”, agregó.
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La Cuevita es uno de los mejores ejemplos del mercado negro.
“En un timbiriche encontré a un militar que había ido a La Cuevita con su hija a regañadientes. Decía que aquello era comercio ilegal, y se estaba convirtiendo en cómplice. Pero al salir iba complacido. Encontró espejuelos de su medida, que no halló en ninguna óptica del estado. Cuando el militar pudo al fin ver, encontró ante sí un panorama inaudito: un sinfín de productos de todo tipo de material y usos. Su asombro provenía que aquello era lo que persiguió y castigó como militar, porque todos esos productos eran robados de los centros de trabajos y almacenes estatales. Ahora estaban allí, autorizados a la vista pública”, cuenta un cliente del lugar conocido como El rasta.
“Las drogas es otro mercado negro, de los más lucrativos”— dice Elías Ruiz, que asegura ser un experto en negocios clandestinos— “como la corrupción en la Aduana y el negocio de los medicamentos en falta”.
Sin embargo, existe en Cuba un tipo de mercado negro superior, y es el mercado político, donde entra la manipulación de las noticias, el tráfico de conciencias, la venta de información y el negocio de las influencias. Un mercado manejado por expertos, con un fondo ilimitado para llevar a cabo felizmente la empresa del poder absoluto y la garantía de la subsistencia de un sistema social fallido.