Miami-Beach, con una población de 91 000 personas, comenzó el año haciendo gala de su buena salud económica, con un superávit en el presupuesto de 16.4 millones de dólares.
Sin embargo, el año 2020 le trajo a la ciudad bastantes desgracias a causa del coronavirus. El 28 de febrero, el alcalde de la ciudad observaba que, aunque no había ningún caso de coronavirus en Miami-Dade, “una ciudad como Miami Beach, que recibe millones de visitantes cada año, debe estar alerta ante el desafío sanitario que constituye la amenaza del COVID-19”.
El 18 de marzo el alcalde declaró el Estado de Emergencia y reconocía el desafío que tenían por delante. “Si hay una comunidad que no está familiarizada con el distanciamiento social, es la nuestra. Toda nuestra industria hotelera está diseñada para alentar el baile, los abrazos y las reuniones en lugares importantes, sin distanciarnos unos de otros”.
Pero entonces dejó claro que toda esa forma de comportamiento en la ciudad debía cambiar. “Este virus es mortalmente serio y debemos responder de la misma manera”.
La ciudad cerró las playas y todas las instalaciones de los parques de recreación. Solo se permitía el uso de las áreas al aire libre. Se prohibieron las reuniones de diez personas o más. Se exigió el cierre de todos los centros de terapia de masajes y spas, incluidos los gimnasios y centros de fitness, de conformidad con la Orden de emergencia 03-20 del condado de Miami-Dade.
El día 20 marzo las autoridades dieron la orden de cerrar todos los hoteles y se impuso un toque de queda de 12:00 de la noche hasta las 5:00 a.m. Seis días después, cuando en Miami-Dade se registraron los primeros fallecidos por coronavirus, se anunciaba la apertura de los primeros centros de pruebas, mientras se ordenaba la suspensión del transporte público.
El 31 de marzo se cerraron todas las piscinas y los gimnasios dentro de los condominios privados. En abril, ante el aumento del número de casos, la ciudad y el cuerpo de ingenieros del ejército comenzaron a levantar un hospital de emergencia en el Centro de Convenciones.
El 4 de abril, Miami Beach instó a los dueños de pequeños negocios a solicitar los programas de ayudas PPP, creados por el Gobierno federal para aliviar los daños de la pandemia.
El día 7 de abril se llamó a llevar mascarillas “cuando se visiten los locales comerciales tanto los trabajadores y clientes” y dos días después era obligatorio en los transportes públicos y taxis.
La ciudad, que tiene un presupuesto operacional de 669 millones de dólares anuales, comenzó a verse afectada financieramente, empezó a perder unos 3.6 millones semanales en concepto de parking, impuestos por estancia en los hoteles, servicios de agua y otras mermas.
El 20 de mayo, comenzó la Fase 1 de reapertura. Los hoteles y negocios podían abrir, excepto los restaurantes, que lo harían una semana después. Se exigía el uso de mascarilla, distanciamiento social, se limitaba el aforo a los locales comerciales al 50%, entre otras medidas restrictivas. Hasta la fecha habían perecido en el condado 589 personas debido a la pandemia.
El 28 de mayo comenzaron las protestas en muchas ciudades del país, incluida Miami Beach, por la muerte en Minneapolis de un hombre afroamericano identificado como George Floyd que falleció a manos de un policía. Lo que causó que se pospusiera la reapertura de las playas una semana más.
Finalmente, se abrieron las playas y se levantó el toque de queda. Una medida muy bien recibida por el sector turístico, muy afectado por el COVID-19 y que constituye uno de los principales motores económicos de la ciudad.
Sin embargo, en junio se experimentó una subida brutal en el número de casos. Lo diferente era que la mayoría de los nuevos infectados eran jóvenes. La edad promedio de los hospitalizados bajó hasta los 39 años.
El alcalde Gelber hizo un llamado a los jóvenes a que cumplieran las medidas creadas por el Centro de Control de Enfermedades para prevenir el virus, además de conminarles a examinarse de COVID.
A finales de junio, el uso de máscara era obligatorio en todo el municipio. Estas medidas comenzaron a dar fruto con la entrada del verano. En octubre, los casos de contagio se estabilizaron e incluso comenzaron a descender.
El año de la pandemia cambió el rostro de la ciudad balneario. Sus calles se vaciaron, sus hoteles se quedaron sin huéspedes, los múltiples negocios de la ciudad apagaron sus luces y quedaron a la espera de tiempos mejores.