Todos los días pido a Dios un don raro, sin ruido, la mayoría de las veces inadvertido: perseverar, ser fiel, mantener el rumbo aunque tenga que cambiar el paso. Perseverar es la forma más humilde de triunfar.
Los cubanos tenemos adicción a la épica, a la campaña, al arranque. Poco heredamos de la perseverancia china y la sabiduría africana. Más del Cid que de Mandela. Más del caudillo que del Dalai Lama. Más de irrupción del volcán que de la eficacia de la gota que taladra la más dura roca. Es una herencia cultural que escuché expresar así a un amigo peninsular refiriéndose a sus compatriotas: los españoles tenemos “arranques de potro jerezano y paradas de burro manchego”. La traducción criolla, siempre presumida, se la escuché a mi abuela: “los cubanos tenemos muy buen perfume pero poco fijador”. Un amigo deportista me lo recuerda siempre a su manera: “no es lo mismo el entrenamiento y la velocidad para una carrera de fondo que para los cien metros planos”. Lo expresaría muy bien el refrán atribuido a Máximo Gómez cuando aseguraba que: “los cubanos o no llegamos o nos pasamos”. No llegamos por exceso de velocidad o falta de perseverancia, o nos pasamos por un exceso de fuerzas y alarde de poder sin sentido. Ambos extremos invalidan para servir.
La perseverancia es una carrera de maratón. Si quieres llegar hay que conocer y administrar bien las fuerzas propias y ajenas. No se trata de imponer a todos los atletas la misma velocidad ni la misma trayectoria. Se trata de perseverar en lo que libremente has escogido para tu proyecto de vida. Una santa española lo dijo en su poética forma: “Nada te turbe, nada te espante… la paciencia todo lo alcanza”.
La perseverancia es una virtud silenciosa, laboriosa, tenaz, no tanto de remo como de timón. Perseverar admite el cansancio consustancial a la naturaleza humana, incluso la parada momentánea para recobrar fuerzas o retomar el aliento. Incluso recalar a puerto seguro para calafatear las heridas del casco y poder zarpar con el mismo rumbo aunque con otras velas e incluso otra tripulación. El camino puede estar lleno de tormentas o de calmas chicas en que no hay viento que hinche las velas y pareciera que no se avanza. No es hora de abandonar la nave o volver la vista atrás.
Porque una cosa es estar al pairo y otra cosa es la deriva. En el Diccionario marítimo español de José de Lorenzo, Gonzalo de Muga y Martín Ferreiro de 1865 se dice: ponerse al pairo o “mantenerse al pairo”, significa mantener la posición respecto al fondo. Cuando hay temporal significa mantenerse proa al oleaje con poco trapo (poco velamen), a fin de compensar el efecto de abatimiento.” En otras referencias dice que quedarse al pairo es “Coloquialmente, quedarse quieto pensando en todo y evaluando todas las opciones a tomar para llegar a una correcta decisión.” Ni alocarse, ni desmayar.
La deriva es otra cosa: “es el desvío de la trayectoria real de una embarcación con respecto a la verdadera dirección de su proa (rumbo), debido a la corriente. En navegación el concepto es afín al de abatimiento. Deriva es también un concepto principalmente propuesto por la Internacional Situacionista: en francés la palabra dérive significa tomar una caminata sin objetivo específico, usualmente en una ciudad, que sigue la llamada del momento”.
La virtud de la perseverancia, incluso admite la caída y el levantarse, el fallo y la duda. Lo que no es propio de la perseverancia, aunque sí de la vulnerabilidad humana, es el abandonar, la indolencia, la apatía, el perder rumbo y timón de nuestras vidas.
Cuba está en medio de una tormenta y de un tormento. La incertidumbre se hermana con la confusión. Se trastocan significados y lenguajes. El reino del absurdo cohabita con el reino de la mentira. No es un diagnóstico tremendista, es la realidad que nos supera. Es ese cuadro clínico de la decadencia, en que los esfuerzos por alargar lo perecedero se contraponen a los efectos secundarios del remedio que se convierte en ensañamiento terapéutico. En esta situación, ni prolongar el dolor, ni remediarlo con la violencia o la muerte. El código de la bioética universalmente asumido, establece que en fase terminal no se puede ni alargar la caducidad natural de la vida o de un proyecto o modelo finito con encarnizados tratamientos inhumanos. Tampoco se puede practicar la eutanasia, ni en medicina ni en lo político, económico o social, porque la vida humana, el devenir de las naciones y el alma de los pueblos, son valores sagrados e inviolables.
¿Cuál sería una de las propuestas? No sobra decir que puede y debe haber muchas dentro de lo ético y lo pacífico: lo que se ha dado en llamar “cultura del cuidado” o “el deber de proteger” que tienen los servidores públicos y las políticas de Estado. Precisamente el Papa Francisco ha dedicado el tradicional Mensaje de la Paz en el primer día del año al tema de: “El cuidado como camino de la paz”. Cuidado del acceso universal a las necesidades básicas y derechos humanos como son: los alimentos, la salud, los medicamentos, el salario justo no solo en cantidad sino en poder adquisitivo real, el derecho a la liberación de las fuerzas productivas, de la creación y cuidado de los empleos, de un techo digno para cuidar de la familia, así como el derecho a la propiedad y el cuidado de la tierra para producir lo necesario para todos. El cuidado de los derechos humanos, especialmente a la vida, a la expresión, a la asociación, a la reunión y la libre movilidad, y el cuidado de la llamada “madre de todas las libertades”: la libertad de conciencia y religión.
Pareciera que es un reclamo nuevo, pero lo verdaderamente doloroso y frustrante es que eran los mismos reclamos que hacían jóvenes cubanos rebeldes hace más de 60 años. Hay personas que sienten que han perdido toda su vida para regresar al punto de partida, pero ya sin tiempo para recomenzar. Muchos pueblos sufren medidas como nosotros, pero lo trágico está en que hemos perdido más de 60 años de la única vida que tenemos en este mundo para regresar cansados a un punto peor que el que aspiraban a cambiar nuestros padres y abuelos. No son pocos los cubanos mayores que ya lo expresan sin miedo y con una amarga frustración irreversible.
¿Qué ha pasado en este tiempo de más de medio siglo? ¿Acaso la frustración de tan nobles y altos ideales es causado principalmente fuera de cada uno de nosotros y fuera del país? Si todo viene de fuera o de arriba, ¿será, entonces, que los cubanos “de a pie” estamos a la deriva, hemos perdido rumbo, ala y timón? ¿Es que no hemos aprendido a navegar en los mares tenebrosos o estamos destinados a perecer en frágiles balsas reales o espirituales? ¿Será que nos ha faltado el pensar primero con cabeza propia? ¿Es que no tenemos la indispensable educación ética y cívica para aprender a ser ciudadanos, para perseverar en el rumbo y tomar las riendas de nuestras vidas? ¿Será esa intermitencia en los proyectos o esa falta de perseverancia en el empeño?
Por experiencia propia y ajena de la que debemos siempre aprender, sacar moralejas y no juzgar ni escandalizarnos, me he convencido que los cubanos debemos matricularnos todos en la escuela de la perseverancia que es el camino más humilde, seguro y eficaz para alcanzar nuestros sueños y proyectos. Huir del juicio ajeno para ser juiciosos por dentro. Huir de la maledicencia para vivir en la benevolencia. Aprender a maniobrar la frágil barca de nuestras vidas, expandiendo o arriando velas, pero sin soltar el timón ni perder el rumbo, con la vista siempre puesta en la tierra firme de la esperanza comprometida y la tenacidad ponderada.
Conozco cubanos de todas las edades, sexos, creencias, opciones políticas o filosóficas, que han perseverado, generalmente en el anonimato. Porque la perseverancia cotidiana no da visibilidad y muchas veces es reconocida después que la barca ha partido hacia los puertos eternos. La perseverancia diaria es el entrenamiento más eficaz de la fidelidad.
Creo, confío y espero, con corazón agradecido y esperanza cierta, que esa perseverante y humilde fidelidad sin aspavientos, sin reconocimiento, pero con vista alta, vela henchida y mano firme en el timón de la vida, única actitud, nos garantizará a cada uno de sus discípulos y a toda Cuba, la orientación en la tormenta y el rumbo que hemos escogido hasta que, cansados y felices de bregar, podamos echar el ancla y vivir en la “tierra firme” donde la semilla dará su fruto, el llanto se tornará en canto y la noche oscura en luminosa paz.
La perseverancia es el camino de la fidelidad. Perseverar es conocer nuestras fuerzas, gestionar nuestras velocidades y mantener firme la dirección y el sentido de nuestras vidas. Itinerario ecuánime y eficaz para conquistar la promesa a la que todos podemos aspirar y todos podemos obtener: “Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2,10).
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
*Publicado originalmente en Convivencia.