Cojímar, un pueblo de hombres que brillaron ayer

Al este de La Habana, Cojímar fue rebelde una vez, pero ahora es un pueblo manso, que vive del recuerdo de Hemingway y de lo que se pueda inventar para resolver la comida
Torreón de Cojímar, La Habana, Cuba. /Foto: Francisco Correa. ADN CUBA
 

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Al este de La Habana se erige Cojímar, en los tiempos de la colonia tuvo un torreón vigía y una guarnición, y con el tiempo se formó un pueblo de pescadores. En cuatro siglos y medio devino en un pueblo con Historia.

La figura legendaria de Ernest Hemingway, dejó su huella en Cojímar y su novela El Viejo y el Mar, que le valiera el Premio Nobel de Literatura en 1954, con pinceladas lo dibuja. Pero en una visita de sábado a este pueblo, descubro que Cojímar es hoy un pueblo distinto.

Cuadras completas desiertas al mediodía, con todas las puertas cerradas, revelaron que la gente vive allí puertas adentro. En el llamado casco histórico, está la explanada frente al torreón y la glorieta con un Hemingway tan solo como Gregorio en sus 85 días sin coger un pez.


Solo había un juglar con su guitarra merodeando, esperaba turistas para cantarle una tonada a cambio de monedas. Dijo estar desde temprano al acecho y no aparecía uno.

Ayer me avisó un amigo, que trabaja en La Terraza, que vendría un ómnibus de extranjeros, pero creo que el ómnibus era como la esperanza del barco de petróleo, que se espera mucho y no se avista. Tuve que gastarme el dinero del pasaje de regreso en comer algo en una cafetería, para tener fuerzas para cantar. Si no hago algo, no sé cómo voy a regresar a La Habana”. 

El torreón mostraba su majestuosidad de piedra como cuando fue construido, pero por dentro era ruinas: la indolencia pasó por sus predios. Un custodio invitó a recorrerlo, pero el peligro acechaba en cada almena y el desconchado del piso podía hacerte caer de bruces y fue mejor salir de allí lo antes posible.

En una cuadra alejada de la costa se acercaban tres ancianas apuradas, en fila, con jabas de picadillo. La firmeza con que agarraban sus trofeos y la animosidad en sus rostros indicaba que salvaron el almuerzo del día.

Dicen que este picadillo viene ya con sofrito —, dijo la última de la fila, que caminaba tan rápido que sobrepasó fácilmente a las otras— ¡Ojalá sea verdad, porque de sazón en la casa solo tengo puré de botella, que es un invento de los carretilleros!”.

En una equina un hombre arreglaba una bicicleta, vieja, descascarada. Contó que en los años noventa el pueblo de Cojímar protagonizó varias revueltas, y se hizo famoso por su rebeldía, pero que aquellos hombres se habían ido del país, o habían muerto.

Porque ahora muy poca gente protesta. Yo trabajé un tiempo en el restaurante El Torreón, donde todavía existe la leyenda de la mesa de Hemingway con su trago mirando su barco El Pilar, anclado en el muelle. ¿Pero viste el muelle? Casi en el esqueleto. ¿Y viste la orilla? Llena de desperdicios... Nadie protesta por eso. Ni por nada”.

Para Carlos, vecino de una casa cerca del mar, lo peor que tiene Cojímar es el transporte: “Para salir de aquí es complicado. Y para llegar también. Mis abuelos me contaban que Cojímar en sus buenos tiempos era un lugar cercano a La Habana, ahora es un lugar muy lejos”, explica.

La infraestructura constructiva del pueblo en general es buena, hay casas pobres pero son más las que muestran glamour, “por las remesas que envían los familiares del exterior”— dice Eduardo, un custodio que lleva una hora esperando la A58, que lo saque de ese pueblo al que él llama “fantasma”.

Aquí la gente arregla sus casas y compra comida con el dinero que les mandan de afuera. Cierran las puertas y se olvidan del mundo. Así cualquier gobierno dura cien años. Yo creo que voy a tener que ir caminando hasta la Avenida Monumental y coger cualquier carro hasta el Hospital Naval y de ahí seguir para La Habana en lo que aparezca, porque si me coge la noche, entonces tendré que irme para La Habana a pie”, comentó.

Susana Tejeda, una guantanamera que vive hace muchos años en Cojímar, concuerda en que el pueblo del este de La Habana fue rebelde una vez, pero ahora es un pueblo manso, que vive del recuerdo de Hemingway y de lo que se pueda inventar para resolver la comida.

Porque esa es la primera batalla de la gente: la comida. El resto es muela y paisaje”.

 

 

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