En otros sitios del mundo las fiestas navideñas traen alegría y paz, pero en Cuba –y más este 2020– se desata una batalla campal por acceder a los productos básicos de la supervivencia.
En un intento de mostrarse generoso con el pueblo, el gobierno comunista ideó un programa de venta de ciertos productos en déficit: pescado, carne de cerdo y cerveza, muy caros en el mercado negro, por lo que el régimen está ofertándolos a mitad del precio de los particulares.
La idea cuenta con un inconveniente: su venta está suscrita a un número reducido de establecimientos, que provoca inmensa colas y aglomeraciones, una tortura para las familias cubanas.
En la calle está a 50 pesos la libra de pescado, y el Estado la vende a 25. Similar sucede con la carne de cerdo, cuyo precio ronda los 80 pesos y en los puntos de ventas navideños organizados por el régimen se oferta a 40. En el caso de la cerveza, el cambio es de 45 a 25 pesos cubanos.
“Pero como sucede con todas iniciativas que se le ocurre al gobierno, la idea presenta fallas de origen”, comenta Lázaro, empleado de correos, que alterna su trabajo de repartir cartas con cuidar la cola y no perder su turno.
“Para comprar estos productos hay que traer la libreta de abastecimiento y el carnet de identidad, algo positivo si se quiere evitar el acaparamiento, pero al poner un solo punto de venta para todos los núcleos familiares del pueblo, la gente tiene que venir a dormir desde la noche anterior, para hacerse de un lugar”.
Imágenes de personas pernoctando en los alrededores de estos puntos de ventas, se han vuelto cotidianas en estos días. Tanto en el establecimiento comercial La cebolla, del municipio Playa, como en la tienda estatal Náutico y en los otros locales asignados, se observa desde la madrugada tristes bultos en la oscuridad. Son personas envueltas en sábanas y colchas, dormitan en el suelo esperando el amanecer con la esperanza de alcanzar el producto.
La cuota establecida para cada núcleo familiar de la oferta navideña, es de 5 libras de pescado, 11 libras de cerdo y 12 cervezas. El pre ticket se entrega a las 6 de la tarde, un trámite obligado para acceder al turno oficial otro día, que se reparte a las 10 de la mañana.
“En Jaimanitas la policía prohibió que la gente durmiera en el parque”, comenta Elio, el carnicero del 238 y calle Tercera, el punto de venta del pescado.
“Pero no hacen caso y duermen donde quiera: en los portales, en los bancos, sobre la hierba. La necesidad obliga, yo los comprendo”.
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En esta esquina de Jaimanitas (La Habana) también se encuentra el punto de venta de gas. Una disposición estatal adelantó el cambio de balita, para los núcleos a los que les correspondía adquirirlo del 21 al 27 de diciembre, fecha declarada de cierre. La unión de las dos colas, ha complicado la situación.
“Actualmente la cuota de gas licuado cuesta 7 pesos, pero a partir del 1 de enero se disparará a la astronómica cifra de 213 pesos”, dice Mandy, administrador del punto de gas. “Por eso la gente está corriendo para cambiarla antes de esa fecha. Cuando llega el camión parece que llegó carne de res”.
El doctor Blanco, situado lejos del gentío, lamenta que “aquí no hay distanciamiento social ninguno. Y con el incremento de casos de coronavirus desde que abrieron los aeropuertos, estoy seguro que de estas moloteras saldrán muchos contagios”.
Tiene la balita de gas apresada entre las piernas, dice que es para evitar un percance, un robo inesperado: “Por estos días de fin de año hay sed de dinero, tengo que cuidar la balita, pero sobre todo mi salud, así que me mantengo lejos de la infección y de los problemas”.
Arelis Vinuesa es contadora de una empresa estatal del pan. Dice que es la primera Nochebuena desde que tiene uso de razón, que no comerá puerco asado.
“Cogí vacaciones en mi trabajo y se me están yendo de una cola a otra. Mañana tengo el turno del pescado. Eso es lo que comeremos el 24 y ojalá que quede. Estoy segura que mucha gente por ahí no tendrá ni siquiera eso”.
Una escena de la navidad cubana
Elena Ruiz, vecina de la calle 240, carga en una carretilla cuatro balitas para recambio, y además pone delante en su turno a dos personas, algo que provoca la ira de los clientes. Dos hombres se van a las manos. Alberto el manisero intercede y pide calma. Razona que el gobierno es el culpable de la necesidad y las frustraciones, y que la gente no debería fajarse entre ellos.
Un oficial retirado del Ministerio del Interior (Minint), conocido en el pueblo por sus misiones y medallas, espera su turno en la cola con la cara muy seria. Alberto el manisero, que lleva varios días cocinando con carbón, acusa al gobierno a viva voz de la miseria y el agobio en que tiene sumido a los cubanos y propone gritar, todos unidos: “¡Abajo el comunismo!”
Nadie lo secunda. En cambio, su propuesta es corrientazo que sacude la cola y la gente se organiza, tal vez por el temor a que aparezca un policía de repente tras el llamado.
El oficial retirado del Minint, que en otros tiempos a lo mejor hubiera agarrado a Alberto por el cuello y llevado a una celda, empuja en silencio su balita y se aparta hacia un sitio distante, fingiendo no haber escuchado la arenga.