Wilmer Cabrera, de 50 años, residente en Jaimanitas, cuenta que en su juventud la barba estuvo casi prohibida, sin embargo, la usó para mostrar su rebeldía.
“Cuando Fidel estaba vivo éramos un grupito los que teníamos el valor de usarla. Era nuestra muestra de inconformidad con el régimen. Cuando nos encontramos en la calle nos decíamos en señas, jalándolas hacia abajo: ¿Tú tienes barba? Nosotros también. Vivía orgulloso de ella. La tuve por mucho tiempo”.
“Luego, cuando se murió, vino el facilismo y mucha gente comenzó a llevarla, entonces me la corté, para ser diferente, porque la llevé cuando había que llevarla”.
Otro del grupo rebelde de barbudos, de los viejos tiempos, es René Guzmán, de calle 240, que usaba barba y se pelaba a rape, “una mezcla de Fidel con Mussolini, onda nazi”, la llamaba René, y no es que él sea violento, pues como dice su mujer: es un pan con tomate, la cuestión es que la palabra le sonaba bien.
“Mi barba era negra y tupida, y me la corté en noviembre de 2016, cuando las espiritistas de Jaimanitas encabezadas por mi tía Blanca, le prendieron las 90 velas (a Fidel Castro) para acompañar su partida al otro mundo”.
En Los Pocitos, Yanquiel Pi, un carretillero de 70 años, tenía una barba cuadrada tipo Carlos Marx, salpicada de canas en mechones, “pero me la corté en enero, antes de que comenzara la pandemia, porque de repente muchos se las dejaron y ya no tenía gracia que la llevara”.
“Antes, cuando había que tener timbales para llevar barba, se afeitaban con ardor. Ahora piensan que son los barbudos de estos tiempos, una época donde cualquiera ya puede ser un barbudo. Puro jamón, como decía mi abuelo”.
Wilmer Cabrera quiere que lo ayude en una cruzada contra la barba. Incentivar en las redes una campaña para que la gente se afeite y no la use. Le digo que no puedo ayudarlo en su empresa porque llevar barba es también un derecho humano, pero Yanquiel no entiende.
“Entonces lanzaré por mi cuenta, desde mi plataforma de Facebook, una campaña contra el uso de la barba en Cuba. No sé cómo será, pero estoy seguro que me vendrán las ideas. Tal vez demostrando que llevar barba es una violación a los símbolos patrios, como sucede con la bandera. Por ahí tiraré la cosa”.
De nueve mujeres consultadas para esta crónica, sobre esa cantidad de pelo añadido al rostro casi siempre acompañado de un bigote, solo una, Vivian Mosqueda, reconoció gustar de las barbas.
“No sé… es que me agrada ese estilo Neanderthal, hombre de las cavernas”.
Las ocho féminas restantes la rechazaron, cuatro dijeron que la soportaban solo en caso en que mediara el amor, o el interés.
“Es antihigiénica, acumula polvo… y bacteria”, expresó Nidia, vecina de la Vía Blanca, en Jaimanitas, esposa de Abilio el custodio, un hombre que siempre anda afeitado como un niño. “Abilio tenía barba cuando lo conocí y le puse como condición que debía cortársela antes de casarnos. Fue una prueba de amor muy grande aquel día cuando fue a la casa del barbero”.
En cambio, Elizabeth, manicure del reparto Flores, hija de un expreso político y contraria al comunismo, señala que una suerte negra la persigue con sus parejas.
“Cada vez que un hombre se enamora de mí tiene barba. Enseguida los mando a cortárselas y algunos me complacen, pero otros no y nos separamos. Mi sueño es encontrarme con uno que me quiera y no le guste, porque sinceramente, la barba me recuerda tanto al ‘difunto’, que se me quitan las ganas de cualquier cosa cada vez que recuerdo ese nombre”.