Desde las últimas semanas de 2020, el oficialismo cubano ha emprendido una campaña mediática contra activistas, artistas, periodistas independientes y todos aquellos cubanos que, ya sea desde la isla o fuera de ella, han alzado su voz y protagonizado acciones de manifestación y protesta contra las arbitrariedades y la naturaleza dictatorial del régimen.
Artículos, posts en redes sociales, editoriales sesgados y supuestas demostraciones y análisis de voceros como Humberto López en la emisión estelar del noticiero se suceden unos a otros en la inquisición mediática oficialista, esa que no da derecho de réplica ni margen para que los atacados o presuntos culpables y “malos” puedan defenderse y esgrimir sus motivos, razones o argumentos.
Según el régimen y su vocería, quienes se oponen a la pretendida revolución y su sistema unipartidista y totalitario son mercenarios al servicio de Estados Unidos y otros actores que buscan la restauración capitalista en Cuba.
Sus quejas, reclamos y acciones son motivadas por el dinero que supuestamente reciben, porque nadie legítimamente y en su sano juicio se opondría a un sistema tan justo, democrático y otro conjunto de características que el oficialismo recita y quién sabe si realmente se las crea, amén de que haya más o menos escasez, crisis, agobio e incertidumbre por un futuro que nunca se visualiza próspero.
Una de las que más ha arremetido contra quienes se manifiesten o pronuncien a favor de más derechos y libertades en Cuba, sean opositores declarados o no, es Mariela Castro, uno de los rostros más visibles de la segunda generación del clan o dinastía que ha regido el presente y destino de Cuba durante los últimos 62 años.
Hija de Raúl Castro, la directora del Centro Nacional de Educación Sexual de Cuba (Cenesex) no distingue si las críticas al régimen provienen de opositores connotados como José Daniel Ferrer, artivistas como Luis Manuel Otero Alcántara y Tania Bruguera, o artistas integrados al aparato cultural oficial como Leoni Torres.
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Tampoco le importa la dimensión de los señalamientos. Responde a todo lo que se le ocurra, defendiendo esa superioridad moral que los llamados revolucionarios cubanos dicen tener, aunque en la práctica política real están entre las corrientes de pensamiento más conservadoras de Cuba.
Como miembro de un coro orgánico donde todos actúan bajo un guion preestablecido y repetitivo, Mariela sumó su voz también a los apartados de la campaña dedicados a los periodistas independientes.
La Seguridad del Estado, en uno de sus artilugios audiovisuales nombrados “Razones de Cuba”, pretendió descalificar a los medios alternativos e independientes, y a los periodistas que en ellos trabajan o colaboran, al tacharlos de ser proyectos financiados por entidades, organizaciones o actores extranjeros, varios de ellos radicados o vinculados a Estados Unidos.
Y cómo no, Mariela también criticó eso, al igual que toda la pléyade de periodistas, propagandistas y analistas vinculados al régimen. Sin embargo, la hija de Raúl debe saber mejor que muchos que no hay nada de malo en aceptar financiamiento externo para echar a andar proyectos con vocación social, política y hasta económica.
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Su Cenesex y el sistema de salud cubano han recibido muchos dólares provenientes de Estados Unidos, entre ellos una donación al primero de cerca de 89 000 dólares en el año 2010.
Dicha donación provino de la organización filantrópica Atlantic Philanthropies, del multimillonario irlandés-estadounidense Chuck Feeney, un hombre que en 1982 decidió “dedicar su riqueza al servicio de la humanidad” y abogar por que las personas adineradas usen su fortuna para mejorar el mundo durante su vida, según reza en la web de la organización.
La donación hecha por Feeney a la entidad dirigida por la hija de Raúl, que pretende monopolizar -como quiere hacer siempre con todo el gobierno de la isla- la defensa y promoción de los derechos de la comunidad LGTBIQ en Cuba, ascendió exactamente a 88 781 dólares.
Estaba dirigida a mejorar las instalaciones de investigación, publicación, difusión y gestión del conocimiento del Cenesex para apoyar “los programas que promueven la salud y los derechos sexuales”.
El donante formal fue “The Atlantic Charitable Trust”, un fideicomiso benéfico registrado en la Comisión de Caridad para Inglaterra y Gales, y que forma parte del emporio filantrópico de Feeney.
Como la rendición de cuentas sólo existe en Cuba en los papeles y no en la práctica política real, Mariela nunca se vio obligada a explicar al pueblo en qué el Cenesex o ella gastaron cada uno de esos dólares, como sí lo hacen varios medios independientes en sus plataformas, para transparentar sus fuentes de financiamiento.
En el material condenatorio de la Seguridad del Estado se vieron, en franca violación de derechos de los periodistas, fragmentos de interrogatorios arbitrarios e intimidatorios en los que los interrogados reconocían abiertamente cuánto cobran y cuánto dinero reciben por mantener su proyecto informativo.
El régimen los exhibió como supuesta prueba de que son mercenarios al servicio de quienes les pagan. Siguiendo esa lógica absurda, sería sensato suponer entonces que Mariela y su defensa de la comunidad LGTBIQ, así como todo lo que hace el Cenesex, están o estuvieron al servicio del señor Feeney y su organización, la cual fue disuelta en 2020, luego de 38 años de trabajo filantrópico global.
Hasta donde ADN Cuba ha podido investigar, nadie pone en duda los valores auténticos como filántropo de Feeney, quien viajó a Cuba, se reunió con el extinto dictador Fidel Castro y su hermano Raúl, y desembolsó enormes sumas de dinero para apoyar el desarrollo del sistema de salud del país caribeño.
“Atlantic Philanthropies se ha atrevido a ir a Cuba, un país donde han ido pocos donantes. Por cerca de 15 años –desde 2002 hasta 2018- la fundación invirtió más de 68 millones de dólares en Cuba, principalmente para atención médica y para mejorar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Emitió 170 subvenciones a 58 becarios en Cuba y Estados Unidos”, detalla la organización de Feeney en un documento que expone sus proyectos de colaboración y apoyo a la mayor de las Antillas.
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Tamaña cantidad de dinero, del que el régimen no dice nada a su pueblo, seguramente compromete más que lo que los periodistas independientes puedan recibir por sus proyectos, muchos de los cuales, luego de ser financiados por cortos períodos de tiempo, deben navegar por su cuenta en un sistema que no los reconoce legalmente y que, por tanto, les impide acceder a nuevas fuentes de financiamiento o de ingresos, y mantenerse en el tiempo.
Sin embargo, el oficialismo cubano parece no verlo o no querer verlo así. Los hechos lo traicionan, pero sigue aferrado a la posibilidad de que su relatoría selectiva del día a día mantenga hipnotizados a los cubanos, creyendo verdades sesgadas y manipuladas al antojo del partido o la cúpula gobernante, esa que decide qué deben leer, ver, escuchar, vestir, comer y hasta hacer los cubanos.
Desde su lógica o interpretación, está mal que elementos de la sociedad civil reciban cientos o unos pocos miles de dólares y, aunque los transparenten, los usen para algo tan normal en una democracia como informar. Eso es subversión y lo correcto es que instituciones del régimen como la dirigida por Mariela Castro reciban mucho más y no lo transparenten ni consigan nada con ello, o al menos nada que ponga en peligro la cómoda inercia del sistema político imperante.