El presidente designado de Cuba es una máquina de hacer el ridículo. Nadie como él alimenta a los medios independientes con sus ocurrencias y florida jerga castrista, resumen de todos los hábitos del decir que el amante del español debería despreciar.
La lengua española es lengua para todos los usos: las ciencias exactas, la historia, la poesía lírica y épica, la sátira, el teatro, el cine, pero los burócratas del castrismo la han convertido en un charco de cursilerías, grandilocuencias y falsedades.
Esta jerga tiene sus misterios y sus cultores: entre ellos está el sufrido Diazca, quien aspira a ser Fidel Castro, primer ejemplar de esa especie en peligro de extinción que conocemos como homo castrista. Pero, como Fidel solo hay uno —y ellos mismos lo dicen—, Diazca se queda en reflejo opaco del difunto dictador.
Hace poco volvió a hacer de las suyas. En una reunión con otros capataces de la finca dijo, como quien dice una genialidad: “tenemos que ordenar el ordenamiento”, en referencia a la unificación monetaria y cambiaria que dejará sólo al peso cubano en circulación. Luego, continuó:
“En los primeros días del ordenamiento se nos han manifestado un grupo de incomprensiones, hemos tenido errores en la implementación por parte de un grupo de instituciones, cosas que estaban normadas y reglamentadas no se aplicaron como estaban y eso nos ha creado una percepción en la población no favorable al ordenamiento cuando el ordenamiento es una tarea necesaria, imprescindible para potenciar la economía y también para mejorar la situación de toda la población”, sostuvo Díaz-Canel.
Ya muchos cubanos señalan con sorna esta nueva ocurrencia, flor exquisita de la lírica castrista, que compite con aquella otra maravilla, que habrían envidiado Quevedo, Góngora y Cervantes: “la limonada es la base de todo”.
Y, claro está, los medios independientes cumplen con su deber de informar a la ciudadanía y poner en evidencia los deslices de la cúpula dirigente, aunque sean deslices lingüísticos, que escribir bien y hablar mejor es cosa de muy buen ver.
Todo anda muy mal en Cuba como para tomar los asuntos a la ligera: no hay comida, no hay transporte, no hay libertad ni democracia. Pero al menos a los cubanos le queda el sentido del humor, esa especie de levedad vital que hace más llevaderos los malos momentos.
En cualquier caso, y volviendo a la seriedad, la frase de Díaz-Canel recuerda que las cosas no están saliendo bien y que el gobierno lo sabe. La inflación creció más de lo previsto por ellos mismos y la población, harta de sufrimientos y miseria, exige cambios.
¿Lo concederán los mandamases o el pueblo los obligará a cambiar todo lo que debe ser cambiado —esta vez sí—, rebelándose contra ellos? Nadie lo sabe, el futuro es una estrella escurridiza y lejana.