El llanto de los migrantes cubanos en el Festival de Cine

Sesenta años de agitación política hirieron la memoria de los cubanos que decidieron migrar, pero cada año, con la obstinación de los enamorados, ellos regresan a su patria a buscar el aliento de la cultura natal
Desde tiempos inmemoriales, cruzar el mar es oficio de cubanos
 

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Sesenta años de agitación política han dejado huella en la memoria y la vida de los cubanos que decidieron migrar. La tristeza por la familia dividida,  el odio al gobierno al que ven como causante de todos los males, se unen a las necesidades económicas para hender la conciencia de una comunidad hipersensible, pero que cada año, con la obstinación de los verdaderos enamorados, regresa a su patria a buscar el aliento de la cultura natal.

Ese rastro de tristeza, que la retórica oficial persiste en ignorar de manera culposa, irrumpe en las pantallas de la edición 41 del Festival de Cine de La Habana, con dos obras que tratan el problema de la emigración “forzada”, por decirlo de algún modo, o sea, forzada por los avatares de nuestra historia reciente.

Alberto, corto de ficción de Raúl Prado, narra las vivencias de un joven que emigra en 1980 por el puerto de Mariel y regresa 12 años después a un país sumido en la crisis económica de la década de 1990.

Agosto, ópera prima de Armando Capó, cuenta su experiencia personal de adolescente durante la Crisis de los Balseros (agosto de 1994), en su natal Gibara, una pequeña ciudad costera del oriente cubano.

Una tercera obra de temática migratoria fue presentada para el festival, pero no quedó seleccionada. Se trata de Nieve en el Portal, documental del español Guillermo Barberá, quien asumió la dirección, el guión y la fotografía.

Cámara en mano, Barberá acompañó durante una semana a Enrique Martínez Celaya, quien emigró a los 7 años con su familia, y regresó 47 años después como un artista plástico consagrado en Estados Unidos a participar en la Bienal de La Habana 2019.

La obra de Celaya, como parte de la muestra colectiva Detrás del Muro, consistió en un trineo dorado con juguetes adheridos, como una materialización de sus recuerdos. Lo colocó frente al mar, evidenciando la entrañable relación del cubano con el océano.

Por ser una isla, Cuba ha tenido una relación especial con el mar y con sus diásporas. Con el mar, porque de allí le vienen lo mismo de su fondo que de la superficie, los alimentos y las materias que le permiten vivir, y con sus diásporas, porque a pesar de la distancia ellas forman parte del paisaje humano del país, paisaje distante y sentimental, cuyo secreto es mantener un hilillo de asociación con la comunidad madre, hecho de llamadas, viajes esporádicos y añoranzas.

La maldita circunstancia del agua por todas partes, como llamó al mar que baña las costas de la Isla el dramaturgo, cuentista y poeta Virgilio Piñera, protagoniza otra vez un momento de la cultura cubana, momento al que se suma la condición del migrante y el peso de la política, realidades igualmente poderosas de la cubanidad. Esta vez fue el cine, y no la literatura, el responsable y el facilitador.  

En el 41° Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano concursan 21 largometrajes de ficción de ocho países. Además, participan de la contienda cinematográfica 19 cortos y medio metrajes; 18 óperas primas, 21 documentales largos y 10 cortos: 23 audiovisuales animados; 25 guiones inéditos y 30 carteles.

 

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