Mi vecino el exconvicto tiene otro recuerdo de cuando fue jefe del piso de mayores en la prisión de Guantánamo, una historia que nunca creyó.
“Como tampoco la creyó el fiscal, ni el tribunal que condenó al mago, ni el reeducador, ni el esposo de la víctima, ni los 54 espectadores que llenaban ese día el teatro. Ni siquiera la creía el propio mago, al contar la historia en la celda todas las tardes”:
“Era un día magnífico. El escenario estaba engalanado con cintas y flores. Hubo silencio cuando salí haciendo saltar palomas de un pañuelo y convertí en una copa un mazo de cartas. Aplausos”.
“Mis ayudantes salieron con el baúl para el truco principal. Lo situaron en el sitio previsto y desaparecieron, dejándome solo con el baúl. Volteé la copa. Cuando vieron que el agua no se derramó estallaron los aplausos. Deposité la copa sobre la caja y la desaparecí de una palmada. Más aplausos”.
Lea también
“Con turbante y capa semejaba un califa. Grité: ¡Necesito un voluntario...! La rubia despampanante, mi consorte en el truco, subió al escenario. Abrí el baúl y la ayudé a acostarse dentro, cerré la tapa. Todos quedaron expectantes. Con la elegancia de un marqués me quité la capa y cubrí el baúl. Silencio total. Chasqueé los dedos, quité la capa, abrí el baúl y la mujer no estaba”.
“Sobre el murmullo de la sala pedí voluntarios que subieran a mirar y comprobar. Niños, mujeres incrédulas, graciosos que siempre cuestionan a los magos, metieron las manos en el baúl y sonreían al descubrir que no había nadie. Los aplausos estremecieron la sala. Es el momento de la felicidad suprema de un mago: el truco en suspense”.
“El esposo de la rubia cómplice en el truco se puso de pie y aplaudió más que nadie. Pedí calma. Y silencio. Venía la parte final, hacerla aparecer otra vez. Cubrí el baúl con la capa y chasqué los dedos. Abrí el baúl, pero siguió vacío. Sonreí. Carraspeé para avisarle a la rubia que era el momento de salir. Chasqueé los dedos con más fuerza y abrí el baúl. ¡Nada!”.
“Cuchicheos. Incertidumbre. Ahí empezó lo desagradable. El esposo subió al escenario. Movió el baúl de su sitio, me preguntó, ¿qué fue? No sé..., le dije, nunca antes había pasado. Alzaron el falso piso de la tarima. Se descubrió el espacio donde ella se escondía para el engaño. No estaba. Sufrí el bochorno más grande que pueda soportar un mago, ver su truco desarticulado. El esposo bajó al agujero y se deslizó bajo la tarima hasta salir a la puerta trasera del teatro, que estaba abierta, miró en la calle, nada”.
El mago se acostó en la litera y quedó pensativo. Los recuerdos debían ser tan nítidos, que por unos minutos no pareció estar en la celda. Al rato balbuceó:
“Soy buen mago... ¡No para tanto...!. Llamaron a la policía, me insultaron. Intentaron golpearme, a mí, ¡un mago! La mujer nunca apareció, desgraciada, parece que se fue con otro. Trajeron un perro para buscar el rastro. Sólo me ladraba a mí, el condenado. La policía fue dura conmigo. Demasiado. Tuve que violar el juramento de mago, descubrirle mi truco en detalles. No me creyeron una palabra”.
“Mi abogado pudo librarme de la acusación de homicidio, porque nunca se encontró el cuerpo. También de tráfico de personas, trata de blanca, cómplice de evasión y otras sandeces que inventaba el marido para incriminarme. Finalmente decidieron la peligrosidad pre delictiva. ¡Yo... un mago!”.
Dice mi vecino que le confesó que era el mago más grande de la historia. “Jamás nadie desapareció a una mujer de una palmada”.
“No fue una palmada. Fue un chasquido de dedos”.
El mago cumplió tres años en el combinado de prisiones de Guantánamo y nunca más pudo ejercer su profesión. Este caso es reconocido como el proceso penal más raro de la jurisprudencia guantanamera, que ni el propio mago ha podido descifrar.