La vida de Mariana Grajales era el Central

Mientras tanto una frase que hace alusión a la decadencia va de boca en boca entre los pobladores: “En Mariana solo queda la torre, el casco y la mala idea"
 

Reproduce este artículo

 

Ramón Ramos Quevedo de 79 años es natural del poblado Mariana Grajales, trabajó en el central que atribuyó el nombre al batey. Asegura que pasó sus mejores años en los departamentos de aquel central, oliendo caña y esperando las campanadas que anunciaban el cumplimiento de la zafra; “los trabajadores del central salían corriendo, gritando de la emoción, aquella alegría contagia el batey y se convertía en festividades”. Es difícil interrumpir a Ramón cundo se remonta en los recuerdos.

Hoy se conoce como Mariana Grajales al poblado que creció adyacente a lo que fue el central ubicado en la región norte de la provincia de Villa Clara a 4 km de Larrondo y de la carretera Santa Clara – Sagua la Grande.

La principal forma de acceso siempre fue por esta carretera, además de su antigua vía ferroviaria en desuso en la actualidad. 

Antes que el central existiese, cuando la población todavía no se concentraba en los alrededores de las barrancas de los esclavos y el célebre nombre de la madre que dio a sus hijos por la lucha independentista tomara notoriedad, aseguran los descendientes de fundadores que se llamó “Flor de Sagua” y que identifican la pitahaya como la fruta del batey.  

El poblado se favoreció con la llegada de foráneos que se establecieron en las cercanías del joven central “Corazón de Jesús” construido en la segunda mitad del siglo XIX. Algunas familias campesinas también se acercaron por la oportunidad de trabajo. En aquel entonces el batey adoptó el nombre del central como propio. Después de 1959 el central pasó a manos del Estado y fue renombrado como Mariana Grajales.

“La vida de Mariana era el central”, asegura Denisys Díaz Moyade 48 años que trabajó en el central Mariana como operadora en la planta de radio. El central fue paralizado en 2002 en medio de la "reestructuración" de la industria azucarera y posteriormente demolido. Por aquel entonces Denisys pasó un curso para asistente de enfermería y quedó disponible “yo tengo trabajo fuera de la ciudad, en Cifuentes o Sagua; pero quién entra y sale de aquí con el problema del transporte”, se lamenta Díaz Moya que tiene 18 años de experiencia laborar y en la actualidad es ama de casa. 

Después de la demolición del central el poblado quedó sin fuentes de empleo y sus habitantes salen diariamente a ejercer fuera de la ciudad. El transporte público no es suficiente con un camión a las 6:30 am con destino Cifuentes y la guagua de los trabajadores para el central Héctor Rodríguez en Sitiecito que el chofer permite de favor que algunos residentes aprovechen el viaje para llegar hasta la carretera Santa Clara – Sagua la Grande. En el resto del día un carretón de caballo funciona como transporte desde el ‘entronque’ de la carretera hasta Mariana por el precio de 3 pesos (cup) por persona. 

“De Sagua venía un camión y en la tarde también estaba asegurado el transporte, pero ya lo quitaron. Solo queda el camión de las mañanas”, cuenta Gladys Tejeiro la bibliotecaria del pueblo. 

Annia de la Caridad Rivero es una joven de 21 años afrodescendiente y madre soltera. No ejerce laboralmente por falta de oportunidad de empleo, pero le gustaría ejercer el obrero calificado que estudió en la especialidad de Belleza. La joven vive con su tía en una pequeña casa construida en donde fueron las oficinas del central. 

Algunas noches, fundamentalmente los fines de semana los jóvenes pagan 10 pesos (0.50 dólares) para entrar al círculo social que le dicen la discoteca del pueblo. A la venta se puede encontrar botellas de ron y cigarrillos o tabacos. Durante el día el local funciona para los residentes jugar dominó y tomar café. Para la suerte de los habitantes un pequeño merendero en el portal de una casa particular ubicado en la calle que lleva hasta la escuela primaria y los edificios que fueron construidos cuando la Unión Soviética amamantaba a la isla. En el pueblo es difícil encontrar negocios particulares que no sea la cría de animales. 

En septiembre de 2017 el poblado sufrió el paso del huracán Irma que dejó destrozos habitacionales que hasta el momento el gobierno sigue sin resolver. “Dijeron que harían el frente de mampostería y el resto de madera”, explica una vecina que prefirió mantener el anonimato, “pero no hicieron nada”, lamenta. “Allá, donde vive mi hijo todo el frente está caído, en cualquier momento se le viene la casa encima y no pasa nada”, agregó, “Al señor que vive al frente le dieron un subsidio hace dos años de bloques, pero nada de cemento ni cabillas. Ha ido a Cifuentes innumerables veces y nada”.

La capilla de la ciudad también sufrió los embates del huracán. En la actualidad no hay párroco permanente. Aleida Chaviano es la misionera en poblado de Mariana y con ayuda de los feligreses organiza las misas que eventualmente preside el Obispo de la provincia. “Al principio, después del paso del huracán nos reuníamos en los patios que prestaba la gente, ahora una señora nos presta su casa y con suerte se están uniendo más personas. Se nos llena la casita”, se alegra Aleida.

Yovierky Chaviano es conocido como “El Dopi”, lideró uno de los equipos de futbol en Mariana. Tendría 10 años en los ´90, recuerda que pocos medios hablaban de futbol, “todo era la pelota. Cuando el enfrentamiento entre Alemania y Argentina con Maradona, escuchamos los partidos por la radio. Era tanta la emoción que terminábamos jugando futbol con pelotas de baloncesto o de trapo y descalzos en el estadio de pelota”. A raíz del interés del pueblo por el futbol se adecuó un terreno que funcionaba como estadio, en la actualidad se utiliza para pastar a los caballos. Con el tiempo el estadio de beisbol ha perdido color y la estructura está deteriorada, las planchas de zinc del techo han sido arrancadas y las pocas que allí se mantienen chirrean con el viento. 

Durante la crisis de los misiles, como se le llamó al conflicto de los Estados Unidos y la Unión Soviética en octubre de 1962, el gobierno de Fidel Castro se puso a disposición de Moscú para establecer bases con arsenal nuclear de guerra en la isla. En Mariana Grajales se estableció una de estas bases estratégicas que según cuenta Aleida “en una noche desmantelaron todo. La gente escuchó los camiones pasar y nadie se atrevió a salir de sus casas. Al día siguiente no quedaba nada”. El gobierno cubano pidió a Moscú mantener las bases militares para protegerse de los estadounidense, pero ya estos hacían negociaciones con los soviéticos en las que el gobierno cubano no tuvo participación. Posteriormente Fidel fue informado del desmantelamiento de las bases nucleares que se encontraban en suelo nacional y la aceptación del gobierno de John F. Kennedy de no asediar la mayor de las Antillas. 

Los vecinos de Mariana recuerdan que en sus últimos años el central ya no molía como antes. Las zafras fueron paralizadas en varias ocasiones por dificultades en las maquinarias obsoletas. Denisys recuerda la última producción en el año 2002. Después fue demolido quedando una torre de vapor como recuerdo histórico y la barranca de los esclavos antes de la República. “Nos dijeron que sería un privilegio vivir en un complejo desmantelado, y nos engañaron como muchachos”, dice Ramón defraudado. 

Mientras tanto una frase que hace alusión a la decadencia va de boca en boca entre los pobladores: “En Mariana solo queda la torre, el casco y la mala idea”.

 

Relacionados