Cuba quiere entrar al siglo XXI a pesar de Etecsa y sus precios inconcebibles. El verde olivo de las casacas ha pasado a las sombras y ahora los jerarcas que se disfrazan con él, no hacen casi maniobras para entretener a la tropa, sino que construyen hoteles y campos de golf. La plana mayor del Puesto a Dedo usa alguna que otra red social, casi siempre para bochorno de quienes estamos a salvo, es decir, lejos.
Pero algo detiene al país en el siglo anterior: una mano peluda, una zanja hecha un domingo de la defensa, una consigna que caducó hace tiempo o el marabú, que como mismo invade los alegres campos de la isla, busca resquicios en la ideología.
Las consignas no han cambiado, han vuelto a ser aquellos lemas de piedra que soltaba Fidel Castro y sus seguidores al principio del hundimiento, y sólo falta que enardezcan de nuevo a la chusma pidiendo paredón para alguien. Pero les da miedo, no vaya a ser que un despistado o al servicio de la CIA pida paredón para algunos de ellos, y las cosas lleguen al límite.
El gobierno no se desmadra, no se manda y se zumba, no se desordena, sino va de a poquitos, prometiendo, intentando resolver algún problema, prometiendo que va a intentar solucionar alguno de los miles de problemas sociales, económicos, morales, nacionales e internacionales a los que la idiotez o la locura del Dios de la revolución metió al país en su afán de brillar y estar en el olimpo de la izquierda, esos seres extraños.
Y ahora, después de que el país ha estado sumido en la mayor confusión con dos monedas que son tres, el “Gobierno cubano anuncia que está estudiando la posibilidad de crear su propia criptomoneda ‘para evitar las sanciones de Estados Unidos’ en sus relaciones comerciales nacionales e internacionales”.
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Más allá de que eso de la criptomoneda me hace pensar en la kriptonyta de Supermán, o en algo más críptico y práctico, como la falta de liquidez de Cuba y la fama de mala paga que ha obtenido a nivel mundial, me daría risa si esto no fuera un plazo más para esconder otros fracasos, otras trampas, otras malas artes. Sería más acertado el término “cristomoneda”, que significa que pagarán si Dios quiere. Y al final me viene a la mente aquella sentencia que repetía mi abuela cuando alguien quería hacer algo grande sin recursos: ¿con qué se sienta la cucaracha?
Una criptomoneda para confundirlos a todos, empezando por la población. Parece cosa del futuro, de ese futuro que los gobernantes cubanos han estado prometiendo desde que destruyeron el pasado, pero no, parece que va en serio, porque el propio ministro de Economía y Planificación de Cuba, Alejandro Gil, ha aparecido en el espacio humorístico más visto por los cubanos: la Mesa Redonda.
Allí, sin que se le corra el maquillaje ni a Randy le crezca una flor en los baches de la cara, ha dicho: “Estamos planteando estudiar la aplicación de la criptomoneda en las relaciones comerciales nacionales e internacionales (…) Hay que ver cómo se pueden incorporar medidas de este tipo que nos permitan avanzar buscándole solución a los problemas”.
Problemas, estudiando, soluciones, medidas, palabras y palabrejas, términos en fase terminal. Cuba es el país donde más medidas se toman o se prometen tomar, como si el gobierno fuera un sastre o un funerario que ha de vestir al cliente. Aunque la idea de la modernidad que da pensar en una criptomoneda hace nacer la ilusión de que ahora sí, que estamos en el camino correcto, que habrá despegue, todo no es más que una burbuja, una triste y fragilísima burbuja.
Dicen que con ello, además de agilizar las relaciones nacionales e internacionales, se da un paso de avance para eliminar las dos monedas que hoy por hoy campean en la isla. No sé, no creo, no visualizo ni metaforizo y mucho menos aterrizo.
El pueblo seguirá confundido, cobrando con una moneda y pagando con otra, y en el medio, invisible e impalpable, una criptomoneda cubana sin respaldo: el “aserecoin”, la que usará el estado para que el cubano crea que le pagan, cuando el ciudadano haga como que trabaja.