Si lo afirma Abel Prieto, el hombre del bucle largo que ha transitado por diferentes cargos, desde ministro hasta asesor de ese ñame sin corbata que era y es Raúl Castro, debe tener algo de cierto. Porque Abel Prieto no miente, nunca ha mentido, al menos flagrantemente. Es posible que su afán de protagonismo lo aleje a veces de la realidad, pero aprendió desde hace mucho, cuando ocultaba su peligrosa admiración por los revoltosos muchachos de Liverpool, a no decir toda la verdad.
Los políticos cubanos no mienten porque no necesitan mentir. El exministro de cultura no afirma que los políticos “ya” no mienten porque eso sería meterse en una candela más grande que la que devoró a Heberto Padilla a fines de los años sesenta, cuando un poema suyo del premiado y controversial libro “Fuera de juego”, comenzara diciendo, de manera rotunda: “Los poetas cubanos ya no sueñan”.
Ese “ya” ponía un punto de partida y un punto final a las ilusiones de la isla. Significa que antes lo hacían pero, tal vez porque los políticos cubanos no mienten, los poetas sí dejaron de soñar. Y con ellos, tal vez, el resto de ese pueblo, otrora soñador e ilusionado, del que Abel Prieto cree ser portador y del que sin embargo se ha convertido, por sed de notoriedad, en verdugo. Un verdugo siniestro. Y lo es porque nadie cree que él se cree lo que dice que cree.
Aunque ahora, con esta afirmación, sí creo creerle. Quiero creerle. Quisiera creer que siente lo que dice y creo al menos entender su lógica diáfana, porque los políticos cubanos, o eso que parecen ser los políticos cubanos, donde se juntan atropellándose seres de distinta laya como dirigentes de medio pelo, dirigentes que creen no ser de medio pelo, represores varios, puestos a dedo, matriuskos nacionales y provinciales, y dirigentes sin ningún pelo, no tienen siquiera la capacidad mental de mentir. Solamente repiten mentiras ya probadas, consignas polvorientas, medias verdades y promesas tan falsas como que alguien en un futuro inmediato va a recordar sus nombres.
El que sí mentía era Fidel Castro. Siempre lo hizo en su delirio ególatra. Los otros solamente se hacen eco de aquellos embustes populistas que soltaba desde antes de tomar el poder, el llamado “comandante en jefe”. Sus herederos se limitan a no decir lo contrario, a suscribir -muchas veces sin entender- la abrumadora cantidad de sus interminables monsergas públicas.
Es como una hipnosis colectiva. Todo el mundo creyó ver, y sintió, la tierra encantada que dibujaba Castro en aquellos constantes desvaríos patrióticos con los que fue amputando, cincelando, adormeciendo, el cerebro de los cubanos. Nada queda de aquellas promesas salvo un eterno culpable que las saboteó para que no fructificaran: el imperialismo yanqui, el enemigo al que los cubanos han dedicado más horas de sus vidas que a criar, educar y hacer a sus hijos felices.
Tiene razón Abel Prieto, los políticos cubanos no mienten. Nunca han hecho nada por sí mismos. No cuestionan, no buscan, no niegan, no indagan. Se limitan a repetir los mismos embustes de siempre. Los que ellos mismos creen, como el resto del pueblo, que son verdades absolutas.