“Quien no tenga genes revolucionarios, quien no tenga sangre revolucionaria, quien no tenga una mente que se adapte a la idea de una revolución, quien no tenga un corazón que se adapte al esfuerzo y al heroísmo de una revolución, no los queremos, no los necesitamos…”
Fidel Castro Ruz (1980)
“¡La calle es para los revolucionarios!”
Miguel Díaz-Canel (2020)
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El régimen que reina en Cuba odia a los cubanos. A todos. A los que nos fuimos, porque somos la sangre que prueba el crimen y la víctima a su vez. También aborrece a los que se quedaron porque nunca asumieron su papel de piezas de repuesto en una maquinaria que solo tiene claro un objetivo: destruir la nación. Eran piezas. No debían pensar, ni sentir, mucho menos protestar o exigir. Eran solo piezas. Es que, razonan los dirigentes castristas, uno no ama, ni protege su impresora. La usa, eso sí, y trata de que no se rompa.
Hemos sido piezas siempre. Todos. Los de aquí y los de allá. No nos quieren, pero nos necesitan. Así se han encargado de hacérnoslo saber por años.
Fuimos escoria, gusanos, los lumpen. Mierda que había que limpiar de la “realidad socialista”. Fuimos blanco de insultos, de huevos, de piedras y palos. Nos cortaron la luz, el agua, el gas y los derechos.
Las calles dejaron de ser nuestras, de los cubanos, para ser de “los revolucionarios”. Nos sacaron de la casa, del trabajo, del país. Nos borraron hasta que les hicimos falta. Entonces fuimos comunidad, familia, compatriotas. No amigos, pero sí necesarios.
Miraban con recelo nuestras actitudes y con avidez nuestras maletas. Estábamos bajo control, y ni así confiaban en nosotros.
Luego volvimos a ser el “enemigo”, la “mafia miamense”. Mercenarios pagados por el imperio. Cubanos mal nacidos por error en Cuba.
Otra vez mierda, aunque solo “oficialmente”, porque nuestro dinero aumentaba su valor y el deseo de consumo avanzaba dentro de la isla “comunista”.
Para la familia y amigos de adentro éramos confidentes clandestinos: “la cosa esta de pinga, pero... ¿quién le pone el cascabel al gato mi hermano?”
Seguía en alza el valor del dólar, pero no la opinión. La opinión era considerada injerencia.
Hemos sido gusanos, escoria, mafia, traidores, mercenarios, grupúsculos. Bebedores de la Coca-Cola del olvido, anexionistas. Unos cuantos locos a los que nadie escucha.
Para el régimen y sus partidarios hemos sido de todo menos gente a respetar. No nos consideran personas desarraigadas de su vida, de su familia, de su país, de sus calles, de su gente.
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Nos han convertido en cobardes. Y esos que nos gritaron una vez “pin pon fuera” y luego nos recibieron miles de dólares, lo han permitido.
Ese pueblo por el que se ha luchado hasta el cansancio, hoy se burla de este exilio diciendo que la política es cosa de viejos.
Ese pueblo que no respeta, pero se aprovecha de cada centavo que manda el exilio, no se merece ni un gramo de sudor de los exiliados. Ni una lágrima de tristeza, ni una nota de nostalgia.
Hace unos días fuimos “un mal necesario” y en un futuro seremos los locos que se opusieron al cambio.
Quizás en 100 años, la historia considere lo que se ha hecho y ponga todo en su justo lugar. Hoy me temo que esto es un sueño.
Creo que somos la generación que nunca llegó a ser. Vivimos en la época en que Enrique Iglesias es una superestrella y Bad Bunny el compositor del año.
No hay espacio para actos heroicos.
La poesía no tiene lugar en este mundo y querer justicia es de una ingenuidad, que raya en la tontería.
Gusanito Pérez o “el artista antes conocido como Roberto San Martín”.