Me han matado cien cines
El único patrimonio que parece interesarle a Gaesa es el suyo propio, ajeno al pueblo, capitalismo particular en medio del hambre y la necesidad
Actualizado: April 14, 2023 12:37pm
Ha sido como asesinar el espíritu de La Habana. Como si echaran toneladas de tierra sobre el Paseo del Prado para lanzar luego una tropa de bárbaros a marchar sobre ella y aplanarlo.
Los militares del Grupo de Administración Empresarial S.A. (Gaesa) y sus cómplices de la dictadura están matando a Cuba poco a poco, a pedazos, para levantar otra, la de ellos, la que no le gusta a nadie, ni siquiera a los turistas, como ellos sueñan.
Un soldado o un general llegan a tener un cerebro de las mismas dimensiones que un cabo o un sargento. Solamente se diferencian en los bordes, pulidos, más pulidos o nada pulidos, y en los agujeritos por donde entran las órdenes que reciben. En los oficiales de más graduación, el orificio de entrada es más pequeño, y el de salida, más ancho, en función de su rango y su trabajo. Son ellos los que ordenan.
Pues ahora, en una ciudad de la que van quedando tristes cascajos, peligrosos recuerdos de su esplendor, algunos altos mandos de esa cofradía mafiosa han abierto el gran orificio por donde brotan sus voces de mando para ordenar el desplome, sin contemplaciones, de uno de los edificios más emblemáticos de la que fuera un día una de las esquinas que distinguía la urbe. Víctima del abandono y el hastío, castigado por la indiferencia de las autoridades, el cine teatro Payret fue convertido en polvo, como lo fue también el edificio que albergó, allá en La Rampa, al cabaret Montmartre y luego al restaurante Moscú.
No les interesa la historia, no respetan el patrimonio. El único patrimonio que parece interesarle a Gaesa es el suyo propio, ajeno al pueblo, capitalismo particular en medio del hambre y la necesidad. Un hambre apuntalada por mentiras de sus servidores, los que dicen representar a los cubanos.
No se concibe La Habana sin el Payret, que era una referencia y un referente desde que el catalán Joaquín Payret le comprara al gobierno español los terrenos para levantar el teatro de sus sueños en el que fuera el Reparto Las Murallas, en la esquina de la Alameda de Isabel II, hoy Paseo del Prado y San José, que inauguraría en 1877. Ha corrido mucha agua y varios derrumbes que le dieron al edificio fama de tener una mala suerte tremenda. No iba a imaginar aquel tozudo catalán que una mafia militar de las Fuerzas Desalmadas Revolucionarias iba a ponerle la tapa al pomo a aquella suerte aciaga.
Sobre la destrucción de este y otros inmuebles simbólicos de la magnificencia de la capital cubana para levantar modernos hoteles para un turismo inexistente, la Central de Inteligencia Americana, CIA, por su sigla en todos estos siglos y responsable del sueldo (a veces miserable) de los opositores cubanos, tiene una teoría que a algunos parece desquiciada, pero que tiene sus visos creíbles.
Dicen los expertos de la inteligencia que esas nuevas edificaciones construidas por Gaesa no son más que bastiones para defender la patria de los ataques del imperio. Suena un poco trasnochada, y ahora no recuerdo muy bien si fue la CIA o que salió del cerebro del general Guillermo García Frías, que no posee ninguna inteligencia. Si alguno de ustedes entra a esos nuevos hoteles y ve un avestruz corriendo por el lobby, entonces la idea fue de él.
Si los militares destruyen para construir y defender el suelo patrio, que, como todo patrio es particular y, si llueve, se moja y se inunda, y cada día está peor, ello no justifica la barbarie que cometen desde hace mucho. Pero desde el principio de los tiempos, es decir, desde la fundación de la nación cubana en 1959 (antes no, antes era un relajo corrupto, inhumano y dañino) se ha estado alabando la triunfante revolución como algo que iba a resolver todos los problemas, que se hacía para que el pueblo buscara la felicidad, y el Delirante en Jefe no se cansaba de gritar a los cuatro vientos sus sueños trasnochados y sus inventos poco prácticos, y la consigna machacona era que “Revolución es construir”, no se entiende bien que se aplaste y destruya lo que sirve y brilla, lo que identifica y alegra, para poner en su lugar una mole moderna, idéntica a otras 890 levantadas en la isla.
Pero a los militares cubanos de esa mafia verdolaga les importa un comino que en el escenario del teatro Payret haya bailado Anna Pávlova o que Ignacy Paderewski tocara el piano allí, aunque haya tenido que correr a la desbandada la tarde que se soltó un león del circo Santos y Artigas. Gaesa está más familiarizado con el circo, aunque no tienen preferencia entre el Pubillones y el Santos y Artigas. Ellos son payasos y malabaristas de otro circo, el Castros y Ortigas, que hoy por hoy no le da gracia a nadie y la gran mayoría espera que se hunda su carpa para siempre.
Quizás cuando eso suceda, porque no hay mal que dure cien años, esos mismos militares queden atrapados en los hoteles que construyeron derrumbando edificios históricos y no puedan bajar a la calle desde el piso 11 o el 17. Habrá que subir también a otros civiles cómplices de sus desmanes que acabaron con nuestros desbienes.
Ahora toca decirle adiós al Payret. Sin lágrimas o con lágrimas profundas y mucha rabia. Pasarán al olvido los besos que se dieron las parejas durante muchos años y el temblor de sus manos conmovidos por alguna película. En su vestíbulo estuvo una escultura hecha por Rita Longa. Se llamaba “La Ilusión”. No hay ahora mayor símbolo de lo que han hecho los militares acaudalados y el régimen inoperante e inepto: acabar con la ilusión de todo un pueblo.
Eusebio Leal, controvertido, pero con vocación de salvador de la capital de Cuba, dijo antes de morir: “Sobre el hotel Payret, que efectivamente se construirá en esa manzana, declaro que ello no afectará en absoluto la integridad del cine-teatro, más bien contribuirá a su restauración y reapertura como lo que siempre ha sido, una institución de servicio público”.
Y no se equivocaba. El Payret fue servicio público antes de que fuera convertido en tristes ruinas. Allí orinó toda la ciudad, como despidiéndolo con urea, hasta que llegaron los del chorro más intenso y violento.