Parece que José Martí muere cada día en Cuba. Lo matan cuando lo citan sin venir al caso, y es asesinado cuando nadie entiende todo lo que escribió para honrar al ser humano.
Desde que vincularon al apóstol a un asalto armado y le dieron responsabilidad intelectual en su autoría, el Martí ciudadano, el de andar por casa, el que debía vivir en la actitud y la mente de cada cubano, desapareció. Parece otro, fue sustituido por un impostor que, si no avala la violencia, tampoco hace nada por combatirla con la palabra. Y la palabra es respeto, venga de donde venga y dígala quien la diga.
Los poetas y los hombres de bien tienen muchos enemigos, y uno de ellos, posiblemente el principal, es un político ávido de poder (se disfrazan de próceres y libertadores), necesitado de que el pueblo obedezca. Usa entonces a esa masa humana, a veces sorda, a veces lerda, para empujarlos hacia actitudes violentas, es decir, “revolucionarias”, que se convierten en normas de conducta.
Es por eso que el poeta y escritor cubano Antonio José Ponte (también víctima de la intolerancia gubernamental) afirmó en un texto que: “Martí ha sido incluido en las cambiantes formulaciones del discurso oficial cubano”.
Mala suerte ha tenido en ello nuestro Martí, a pesar de haber escrito "quien quiera pueblo ha de habituar a los hombres a crear". A crear, no a creer. Y solamente se crea cuando el pensamiento es libre.
Rubén Martínez Villena también fue manipulado, y el poder de su lírica, usada por el poder, dígase Fidel Castro, para justificar la violencia permanente como actitud revolucionaria, cuando se apropió del verso del poeta, y “aquella carga para matar bribones” fue, a partir de entonces, por arte de magia, la revolución que él (Castro) encabezó descabezando enemigos.
La violencia, convocada, auspiciada, ordenada y tolerada por el estado cubano, se fue haciendo cotidiana. Violencia física y verbal: el cubano dejó de hablar con su semejante. Aprendió a humillar, minimizar, descalificar, insultar y avasallar a quien no milite en su quinta, a quienes no obedezcan el discurso oficial.
Ahí están, como heridas en la memoria, los vergonzantes “actos de repudio” de 1980 que el pueblo “revolucionario” le daba a quienes habían decidido ¿o fueron obligados por la violencia revolucionaria? a marchar.
Huevos, golpes, gritos, atentados contra sus viviendas, fueron aplaudidas como viriles actitudes combativas.
Y los niños de ayer crecieron viendo que la única y mejor manera de tener razón no era demostrando con pensamientos y palabras, sino con la fuerza del puño o del grito. Y entonces, lo que un día fue hermoso, humano y revolucionario, se fue convirtiendo en deleznable y turbio. Esos niños de ayer son los hombres de hoy, a quienes ven los niños de hoy, sus hijos, y copiarán esos modos nada civilizados para el día de mañana ¿o lo están haciendo ya en las escuelas? imponer respeto y merecerlo, es decir, para mostrar que son “revolucionarios”.
No son raras, en la retórica “revolucionaria” las palabras matar, vencer, aplastar, matar, eliminar, destruir y borrar (eran las preferidas del Che Guevara). Así la frase “ser combativo” es “salirle al paso” a un pensamiento contrario al credo oficial.
Toda violencia es, por sí, revolucionaria para quienes la ejerzan en nombre del pueblo, porque “la calle es para revolucionarios”. Y si uno que no lo es, o que lo cree ser de una manera diferente, puede sufrir repudio y violencia física, gritos e improperios, insultos y acoso inhumano, apoyados, aplaudidos y autorizados por el gobierno.
Así le acaba de suceder a la periodista independiente Yoani Sánchez, cuando enfrentó la vulgaridad de los “revolucionarios” en un colegio electoral el domingo pasado, cuando pretendía ser observadora imparcial del conteo de votos.
Así les sucede, domingo tras domingo, a las Damas de Blanco, a quienes las fuerzas del orden pegan, insultan y patean sin que a su alrededor se escuche un grito de protesta, o un defensor que luche contra la injusticia, para vergüenza de Martí y los hombres de bien.
Porque creerse en el derecho de “combatir” al que piensa distinto, es tal vez de las peores bajezas del ser humano, y una injusticia tan grande que da miedo pensar qué seremos el día de mañana.