Desde hace algunos meses el régimen de La Habana insiste en que el crítico escenario que vive el país está altamente condicionado, no ya por “la despótica necedad del imperialismo”, sino por la propia sociedad civil cubana.
Como tal, se cumple para el castrismo el dicho “la culpa es de la vaca”, donde resulta más efectivo responsabilizar al rebaño que a quien se encarga de alimentarlo y protegerlo. Si culpas a la masa, luego de décadas victimizándola, cuando menos creas una fractura social.
Las únicas justificaciones que declaran los medios estatales son que el desabastecimiento en Cuba es provocado por los coleros, la crisis alimentaria está agravada por los acaparadores y la ineficacia de nuestros productores, las largas colas para comprar insumos básicos son inducidas por la indisciplina social y que los mercenarios virtuales promocionan la idea de un estallido social.
Todo esto puede traducirse en que el pueblo no cesa en intentar socavar la voluntad política de las autoridades cubanas, entiéndase: los jerarcas de la dictadura.
El régimen hace leña del árbol caído y luego busca justificarse con una sarta de mentiras contra las madres, los trabajadores y los mismos ancianos a los que diariamente les exige más sacrificio y resistencia, a la vez que demanda de ellos comprensión y apoyo.
Lo peor es que ante semejantes acusaciones —por demás, cargadas de absurdos—, solo queda la resignación de los que una vez creyeron en la utopía tropical y se quebraron ante la fuerza y la terquedad de los que asumieron que el cambio es imposible, cueste lo que cueste.
Por solo poner un ejemplo, hace algunas semanas el director de la Empresa Cuba-Café, Antonio Alemán Blanco, afirmó que “el aislamiento social conlleva a que las personas tomen más café y esto ha disparado la demanda”.
Esta fue su respuesta por la escasez del grano en Cuba, ante la cual podemos preguntar: ¿qué hizo el régimen con todo el café que cada año destina al turismo y que en estos meses de pandemia no fue consumido por estar detenido ese sector económico?
La afirmación de Alemán Blanco suprime la sensibilidad y la capacidad de diálogo entre el único culpable, el gobierno, y la vaca, una vaca que está obligada a arañar el asfalto cada día para poder subsistir y que tiene que soportar que la carguen con la culpa de toda la incapacidad del gobierno.