Durante sus largas décadas de carrera política, para Bernie Sanders la búsqueda de la igualdad ha sido razón suficiente para pretender que algunas dictaduras de tinte “socialista”, en especial la cubana, tienen un lado positivo. Es la misma enfermedad que padece parte de una izquierda que va desde los de línea dura hasta los más moderados, desde intelectuales hasta guerrilleros de las redes sociales. Explorar el historial de comentarios del ahora excandidato presidencial estadounidense ofrece la oportunidad de refutar las falacias en los argumentos de Sanders, de esa izquierda –que no es toda, vale aclarar–, y del exitoso mito que todavía se vende desde La Habana.
En 1985, Sanders comentó que los cubanos no se habían rebelado contra Castro porque este había “educado y dado atención de salud a los niños, (y) transformado totalmente a la sociedad”. Sanders puede no conocer que entre 1960 y 1966, 4000 cubanos fueron a las montañas a luchar en guerrillas contra el régimen –un capítulo algo controversial de la historia cubana. Entiendo este desconocimiento. Sin embargo, pretender que educación y salud “gratuitas” son razón suficiente para vivir bajo un sistema totalitario es echar la libertad a la basura y seguir de largo como si nada.
Hace apenas unos meses, en el programa “60 Minutes” de CNN, Sanders comentó: “Nos oponemos a la naturaleza autoritaria de Cuba, pero ya sabes, es injusto simplemente decir que todo está mal”. ¿La razón? La campaña de alfabetización de Castro en 1960.
En primer lugar, alguien debe explicarle a Sanders la diferencia entre regímenes autoritarios y totalitarios. Él sigue confundiendo los términos cuando de la “Cuba socialista” se trata. Segundo, ¿qué le decimos a los millones de ucranianos y chinos que murieron durante el Holodomor y el Gran Salto Adelante mientras Stalin y Mao llevaban adelante sus campañas de alfabetización? Saber leer “El marxismo y la cuestión nacional” de Stalin o “El pequeño libro rojo” de Mao en un Gulag o en un Laogai no sirvió de mucho para los millones enviados allí a trabajar y morir.
En Cuba también tuvimos campos de trabajo entre 1965 y 1968. Según las pocas cifras sobre el tema, en las llamadas Unidades Militares de Ayuda a la Producción –UMAP– se estima que ocurrieron “72 muertes por torturas y ejecuciones, 180 suicidios, y más de 500 personas que terminaron en hospitales psiquiátricos”. Supongamos que Sanders y la izquierda hechizada por el mito de la revolución cubana desconocen esto. Pero sí han de saber de los abusos a los derechos humanos del régimen durante seis décadas.
¿Vamos a ensalzar a Stalin y Mao por sus campañas de alfabetización? No. ¿Dirá Sanders “pero sabes qué más” cuando le pregunten sobre el dictador español Francisco Franco y su campaña de alfabetización de 1963 o sobre Pinochet y su campaña de alfabetización en los 80? No. Fidel Castro no debería ser diferente.
En tercer lugar, ¿no sospecha Sanders que el adoctrinamiento fue, y sigue siendo, no el medio sino el fin del sistema educacional cubano? Desde la enseñanza más temprana hasta la universidad, el Marxismo-Leninismo es parte obligatoria del currículum de enseñanza. “Pioneros por el comunismo, ¡seremos como el Che!” es la consigna diaria de cada niño cubano antes de comenzar su sesión de clases.
La educación y la salud no son gratis, ni en términos de pensamiento, ni financieramente. Cuando el Estado, que a todos emplea y así controla, te paga poco más de 80 dólares al mes por el resto de tu vida, el “Comandante en Jefe” cobra esa gratuidad a tasas de usura. Se nace debiendo la libertad y el bolsillo. Por demás, desde hace treinta largos años ya, desde el colapso de la Unión Soviética, la calidad de la educación y el sistema de salud han caído a niveles de vergüenza mientras que la nomenklatura tiene acceso a lo mejor del sistema de atención sanitario. Igualdad socialista dónde las haya. En cuanto a la educación, se compran exámenes, faltan maestros y capacitación, y el presupuesto para la enseñanza se reduce cada año. En la salud, la higiene de muchos hospitales es penosa, mientras se exporta médicos como una mercancía más y luego falta personal competente dentro de la isla, y hay escasez cíclica de medicamentos, de reactivos de laboratorio y de materiales de trabajo. Hay que sumar a esto las dudas sobre la legitimidad de las estadísticas que La Habana muestra al mundo. Todavía hoy, el sistema de atención primario de salud es positivamente reconocido por la Organización Mundial de la Salud. Pero hecho el balance, la educación y la salud ni son libres, ni gratis, y la calidad es altamente debatible.
Por último, cuando Castro llegó al poder en 1959, Cuba tenía uno de los índices de alfabetización más altos de América Latina. Aún con los abundantes problemas de una nación en desarrollo de hace 70 años, el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo –IBRD por sus siglas en inglés, ahora parte del Banco Mundial– confirmaba en su “Reporte sobre Cuba de 1950” que “para los indicadores comparativos usuales –como la tasa de alfabetización, la proporción de niños en edad escolar que asisten a la escuela, y el monto del gasto escolar por alumno– Cuba ocupa un lugar destacado en educación entre los países de América Latina”.
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En 1957, la Unesco afirmaba en su reporte “El analfabetismo mundial a mediados de siglo: un estudio estadístico”, que para 1950, el porcentaje estimado de la población adulta alfabetizada en Cuba, Chile y Costa Rica era el mismo (80%-75%), incluso por encima o al mismo nivel de naciones europeas como Portugal (60%-55%), Grecia (75%-70%), y España (85%-80%). El último dato disponible antes del arribo de Castro al poder en 1959 es del censo de 1953 donde se estima un 76.4% de alfabetización. ¿Era necesario un caudillo para alfabetizar a Cuba? No.
En cuanto a la salud, si bien Cuba ocupó entre 1970 y 1989 el primer lugar de la región en esperanza de vida al nacer –un logro que no se puede ocultar–, y hoy ocupa el tercero, ya en 1960 Cuba ocupaba el cuarto lugar de la región junto con Paraguay (64), solo antecedida por Uruguay (68), Argentina (65), y Jamaica (65), y seguida por Panamá (61) y Costa Rica (60). Más impresionante es que según Naciones Unidas, para 1957 Cuba ya mostraba el índice más bajo de mortalidad infantil de América Latina y ocupaba el décimo tercer lugar en el mundo, por delante incluso de naciones como Francia, Alemania Occidental, Japón, Austria, Italia y España. En términos de médicos y dentistas por cada 100,000 habitantes, según la misma fuente, en 1957 Cuba ocupaba el tercer lugar de América Latina y superaba incluso a Estados Unidos, Reino Unido y Finlandia.
Debería Sanders y esa izquierda saber que Castro encontró un país que, con muchos defectos, prometía más de lo que promete hoy. Según el reporte del Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo elaborado en 1950, para 1947 y con un aumento constante desde la década anterior, el ingreso nacional per cápita de un cubano (341 dólares) era superior al de Chile (330 dólares), Uruguay (316 dólares), e incluso España (222 dólares). Ante la duda de sí los ingresos de la clase alta podrían sesgar al alza este promedio, el informe reconoce la imposibilidad de conocer este dato –es un estudio de hace 70 años–, pero enseguida aclara que “los niveles de vida de los agricultores, trabajadores industriales, comerciantes y otros, son más altos que para los grupos correspondientes en otros países tropicales y en casi todos los otros países de América Latina”.
Según el economista Carmelo Mesa-Lago, para 1958, Cuba ocupaba el tercer lugar de la región en Producto Interno Bruto (PIB) per cápita (356 dólares), sólo antecedido por Venezuela y Uruguay. Mesa-Lago aclara que desde 2003, al cálculo del PIB en Cuba se le agregan los servicios sociales gratuitos y los subsidiados en la cartilla de racionamiento, lo que unido al cambio de año base de 1981 a 1997 “ha resultado en una sobreestimación sustancial del mismo, así como en la imposibilidad de compararlo con el resto de la región y el mundo”. No es casualidad que la curva de crecimiento del PIB per cápita de la isla sólo despega desde 2003, tal como muestra hoy el Banco Mundial. Aun cayendo en esa trampa, según este organismo internacional, para 2018 Cuba tenía un PIB per cápita de 8,800 dólares, Chile de 15,900 dólares, Uruguay de 17,300 dólares y España de 30,400 dólares. Mucho ha llovido desde que Cuba sobrepasara a estas naciones en 1950.
La economía cubana exhibe resultados penosos a pesar de que entre 1960 y 1990 la Unión Soviética literalmente le regalara a Castro, en subsidios y préstamos condonados, unos 65 mil millones de dólares, tal como afirmó Mesa-Lago en 2019. En perspectiva, un regalo del volumen de la economía de Croacia, Bulgaria, o Uruguay en 2018.
Se preguntará Sanders, ¿y la igualdad? Se estima que en 1953 el coeficiente Gini –que mide la igualdad absoluta en 0 y la desigualdad absoluta en 1– era de 0.55. Luego se redujo considerablemente a 0.25 en 1989. El último dato disponible es de 1999, 0.41, y este no incluía como parte de los ingresos de los individuos las remesas en dólares enviadas desde el exterior hacia Cuba, de lo contrario fuese mayor. Veinte años después, hoy debemos asumir que este número es mucho más elevado debido al incipiente sector no estatal en la isla y al incremento de las propias remesas –sostén del régimen, aunque este no lo reconozca. Incluso tomando en consideración este valor de 1999, para tener una idea, hoy 0.41 es el coeficiente Gini de países tan dispares como Argentina, República Democrática de Congo, Haití, Irán, Kenia, Malasia, Tanzania, Turkmenistán, y el propio Estados Unidos donde Sanders hace de la igualdad su bandera de lucha.
Cuando en 1955, Fidel Castro en un discurso a los emigrados cubanos en Nueva York decía: “Los cubanos tienen que emigrar de su tierra porque allí, honradamente, no se puede ganar el pan”, no imaginaba que a partir de unos años más tarde, una vez hecho el traspaso de la dictadura de Batista a la suya, cientos de miles de cubanos iban a preferir la inmensidad del mar en una balsa a ese “modelo de sociedad” que una vez imaginó Sanders.
La Cuba que fabula el señor Sanders y cierta izquierda romántica es un mito que se fabrica desde La Habana. Para los cubanos, el día a día es la supervivencia, el sueño de un boleto de avión, y el eterno calor, tan eterno como la dictadura misma.