Siempre me ha gustado la pornografía, no únicamente desde el plano lúdico sino también como algo experimental, didáctico y no creo ser la única que la consume con ese propósito. Vamos a ver si todas nos movemos como Alexis Texas.
Pero más que el porno de manera general, lo que me encanta y disfruto de veras es su versión lésbica, y me atrevo a decirlo directamente porque lo escondí por años pensando que quizás me gustaban las mujeres. Mis últimas experiencias se han encargado de gritarme que no pude nacer más hetero, que lo mío son los penes, las barbas, sentir en el aire la testosterona…
Cuando descubrí, por curiosidad, que me excitaba bestialmente ver a dos mujeres juntas en un video intenté reprimir ese deseo. Estaba en la universidad, mi novio de aquel entonces jamás entendería aquello, aunque pocos en Cuba comprenderán que te estimule ver el sexo entre lesbianas, y no lo seas. Enseguida te colgarán el cartelito en la frente y serás objeto de morbo y de chismorreo.
Lo único verdadero, en aquel entonces, era que yo las veía, específicamente cuando tenían sexo oral (casi todo el porno lésbico va de sexo oral), y la sutileza con que lo hacían me obligaba a masturbarme porque mis genitales iban por su cuenta en esta historia y aún siguen haciéndolo. Pero me sentía mal, me sentía tan culpable. Miraba a otras por la calle y no me despertaban absolutamente nada, solo las típicas comparativas femeninas de: mira, tiene las tetas más grandes o sobrevivió a la guerra de los tablazos; algo muy superficial, pero que hacemos sin remordimientos.
Durante toda la universidad me toqué a escondidas de mi novio viendo porno lésbico. Eso también le sumaba adrenalina al asunto. Un día le comenté a un amigo psicólogo y me dijo que era perfectamente normal que me gustara, sin que eso significase que me atraían las mujeres. Entonces respiré con alivio; aunque continué sin decirle a nadie.
Mi próxima pareja, alguien súper liberal y que solo duró tres meses, sí podía conocer cualquier cosa, sin embargo el que después sería mi esposo se marchó de esta historia sin conocimiento de causa, creo que su ego masculino no hubiese soportado saber algo así. En Cuba la mayoría de los hombres están llenos de tabúes sexuales, todos alimentados desde un machismo endémico que no les deja aceptarnos desde nuestra libertad sin considerarnos unas pervertidas. Para ellos yo estoy enferma.
Si hago un recuento de cuánto porno he visto solo se salva una película heterosexual: Boho Beauties de Ryan Madison, la estrella porno masculina por la cual me babearía sin dramas. Aunque Madison es rubio y yo detesto los rubios, él es todo aquello que no me gusta físicamente en un hombre, pero desde que vi sus embestidas lo coroné. Los filmes suyos los veo con total placer y me provocan casi tanto como ver a dos mujeres lamiéndose, solo que Madison no es tan sexy.
Con los años he ido comprobando, con alegría, que a algunas de mis amigas les gusta tanto el erotismo lésbico como a mí. Sé que otras se ruborizarían y me mirarían raro esperando que las vacile o algo, y pensar en esa posibilidad me hace reír.
Si has llegado hasta aquí y eres mujer u hombre, da igual, es bueno que conozcas que hay diversos estudios dedicados a comprender este fenómeno.
Las razones son múltiples y se generan desde la propia concepción del porno. Las mujeres disfrutamos más cuando somos estimuladas con mimo, y el porno lésbico rebosa caricias y deseo, nada de ir directo al grano. Lo nuestro son los preliminares. Por su lado, las cintas hetero se conciben desde la perspectiva masculina: tiene que haber penetración vaginal y anal, tiene que ser fuerte, bestial, agresivo y exteriorizar las fantasías masculinas de sumisión.
En las escenas entre mujeres los juguetes sexuales son una pieza indispensable, piensen cuándo sucede eso en otras escenas donde interactúan mujeres y hombres; pues sucede muy poco. Ver que otras disfrutan utilizando dildos para complacerse entre ellas nos ayuda a aceptar el empleo de los juguetes como herramienta de autoplacer y para las relaciones de alcoba.
Volviendo al tema serio: ¿qué dicen las investigaciones? Un estudio del psicoterapeuta Phillip Hodson de la British Association of Counselling and Psychotherapy explica que las mujeres observamos cualquier tipo de pornografía para aprender. La sexóloga Yvonne Fulbright sostiene, por su lado, que cuando consumimos productos de este corte intentamos divertirnos con nosotras mismas y experimentar con nuestras zonas erógenas.
La profesora Meredith Chivers, de la Universidad de Toronto en Canadá publicó un estudio que revela que las mujeres responden mejor al ver a otras chicas interactuando entre sí. Chivers sostiene que nuestros genitales reaccionan a estímulos que la mente no considera excitantes, aunque el cerebro es quien determina nuestra orientación sexual. Así que nuestros genitales pueden ser bisexuales y nosotros no.
Según esta catedrática canadiense algunas mujeres podemos adorar el porno lésbico por razones de empatía, porque la excitación de una igual nos resulta erótica. Sin embargo, que esto nos pueda excitar físicamente no significa que nos guste en un ámbito más cercano o cotidiano. Por si existieran dudas, la página de películas eróticas PornHub registró en sus estadísticas que la categoría “Lesbianas” es la más popular entre las mujeres de América y de gran parte de Europa.
Disfrutar una escena sexual entre mujeres es algo fascinante. Es sexy, es lindo, es sensual en extremo, no hay premura. La cadencia de las caricias es hasta melódica, cada beso tiene una reacción, cada lamido parece dado donde se debe porque nosotras nos conocemos, solo se respira placer. No hay maltrato, no hay cosificación, y sí ellos pueden disfrutar viendo prácticas sexuales lésbicas nosotras también podemos y eso no nos hace ni pervertidas ni enfermas. Nos hace más mujeres, más seguras, más abiertas de mente, más libres.