Ya era tiempo de que salieran los memes sobre las tiendas en divisa y las nuevas medidas económicas aprobadas por el régimen de La Habana. Las redes sociales están inundadas de ellos, pero el que inventó David Orret Cisneros de seguro se lleva las palmas.
Ahora que se acerca el 26 de julio, esa fecha adorada por la cursilería y el mal gusto del castrismo, hay pretexto para bromear. Cada año los jerarcas del régimen seleccionan una provincia para celebrar allí el “Acto Central por el 26 de Julio”.
Nadie sabe a ciencia cierta cuáles son los criterios por los que la desdichada provincia cae en la mira de los viejos saurios del Consejo de Estado. Una cosecha de papa más grande que la del año anterior, cuatro puentes restaurados o la preferencia de Raúl por el virrey que manda en esa localidad son suficientes para honrar al territorio con la celebración patriótica, cuya relevancia han puesto a la altura del alzamiento en Demajagua o la muerte de Martí.
Y para allá va el comité de ancianos, con su impedimenta de guardaespaldas, pastillas para la hipertensión y marcapasos, a estropearse bajo el sol tropical escuchando poemas revolucionarios y fatigar a la concurrencia con discursos vacuos en los que aparece, enredado entre loas a Fidel y maldiciones al imperialismo, el anuncio de un nuevo ministro o el arribo de un barco con arroz vietnamita.
Este año los jefecillos locales deben estar de fiesta, porque la pandemia se interpuso entre ellos y la comedia revolucionaria. No habrá que engalanar la Plaza Mayor en espera de la achacosa comitiva que viene de La Habana, ni planchar las camisas a cuadros para que Raúl los vea a todos limpios, sonrientes y felices, como se supone que uno debe estar en esos momentos. Por una casualidad virológica, podrán respirar aliviados y proseguir con su monotonía de sátrapas provincianos.
Este año, la “sede del 26” se la llevó Miami. Quién lo iba a imaginar: esa ciudad que es cifra y resumen del sentimiento anti-comunista, está haciendo prodigios para ganar la emulación entre los territorios de ultramar que más aportan a la economía de la metrópoli. Porque, a decir verdad, son los cubanos de la diáspora los que mantienen a los cubanos de la isla con sus remesas. Y son los cubanos de la isla los que gastan el dinero del Imperio en las tiendas en divisa abiertas por el régimen hace poco.
¿Planchará su camisa a cuadros el gobernador de Florida, Ron DeSantis, para recibir a Raúl? ¿Desfilarán los exiliados por la Calle 8, agitando sus banderas rojinegras, mientras el primer secretario del Partido y el presidente Díaz-Canel los saludan desde una tribuna alzada en el techo del Versailles? Son fantasías, nada más.
Pero en tiempos de crisis económica y tras las medidas anunciadas por el gobierno cubano, que enfurecieron —con razón— a muchos dentro y fuera de la isla, es bienvenido el desahogo de la risa, porque reír no cuesta nada, y alivia el alma.