¿Quién dijo que iba a ser fácil? Pues no, enfrentar a la peor pandemia del mundo no sería fácil. Pero tampoco debería haber sido tan dolorosa. No todos los casos extremos de pérdidas tuvieron que ser tan tristes, porque el simple hecho de perder a alguien ya es triste, ¿por qué agravar la situación?
En los últimos meses el sistema funerario cambió. Los períodos previstos para “velar” a los fallecidos se redujeron considerablemente, siempre y cuando la muerte no hubiera sido por coronavirus; en ese caso no existía la posibilidad de despedirse del difunto en una funeraria o en sus propias casas como prefieren algunos, eran cremados automáticamente para prevenir futuros contagios.
Sin embargo, el coronavirus marcó la muerte de otros que ni estuvieron cerca de la enfermedad.
En Santiago de Cuba ocurrió un caso bien singular. Ese y otros podríamos llamarlos como “daños colaterales de la COVID”, porque realmente fue lo que sucedió. Pedro Antonio Boudet Morales murió en su hogar, pero no pudo ser atendido por el cuerpo del hospital ni el de la funeraria de su localidad. Gracias a Ismael Ávila, su amigo, conocimos la triste historia.
“La historia que cuento es real, pero más que real es triste y bochornosa y un poco inhumana. El que murió fue vecino mío, vivía frente a mi casa, éramos amigos de crianza desde niños”, confiesa a nuestra revista ADN Cuba Ismael Ávila.
“Mi amigo tenía una enfermedad patológica bastante grave, tenía primero un cálculo en los riñones que se convirtió en un fibroma, al final resultó ser un tumor maligno de un diámetro bastante grande. Deciden operarlo y le extirpan el riñón. Después vinieron las complicaciones. Eso fue aproximadamente hace unos seis meses. Pasó el tiempo y fue poniéndose flaco y cayó en un estado bastante crítico y el día 6 de mayo lo llevamos para el hospital, ya tenía mucha falta de aire. Parece que el cáncer le había afectado los pulmones porque también tenía dificultad para respirar. Pero le dan el alta y se va de nuevo a su casa”, cuenta Ismael.
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El día 7 de mayo a las 9:00 am fallece en su hogar Pedro Antonio Boudet Morales, a los 55 años de edad. Su muerte ocurrió en medio de la pandemia y aunque nada tuvo que ver el coronavirus en esta pérdida, sí marcó las siguientes horas después del deceso.
“El día de su muerte la hermana busca a una doctora para que certificara lo sucedido”, rememora Ismael, pero advierte que se tuvo que alejar de su madre para volver a contar la historia porque ella no quiere que siga hablando del tema. “Ya me han amenazado y hay cosas que no contaré”, dice en mensajes de voz vía WhatsApp.
Después de esclarecida el acta de defunción los familiares dan el parte en la funeraria, aguardaban con dolor a que vinieran a buscar el cadáver, pero nada ocurrió como debió haber sido.
“Llamo a la funeraria y pregunto por el carro fúnebre, nos habían dicho que iban a dar dos horas para velarlo. La que nos atendió en la funeraria me dijo que había un chofer que había resultado positivo al coronavirus y que no podían mandar el carro porque todos los choferes estaban en proceso de análisis”.
La tragedia comenzaba. Ismael entendió la situación, ante una pandemia como el coronavirus hay medidas que se deben tomar para preservar la salud, pero por los muertos, ¿quién responde por los muertos?
“Ante la situación, yo insisto –aclara Ismael-. Vuelvo a llamar a la funeraria y digo que el cuerpo continúa en la casa, que ha estado ahí desde las nueve de la mañana, que esa familia, humilde, pobre, está devastada. Ya el cadáver comenzaba a coger moscas y se estaba descomponiendo…”
“Todos los vecinos, el CDR, todos llamamos a disímiles contactos de personas con responsabilidad en el gobierno. Y nada”.
Entonces a Ismael se le ocurre la idea de buscar hielo para evitar que se siga descomponiendo el cadáver.
“Buscamos un nylon grande, lo envolvemos, le ponemos palillos y le metemos bastante hielo, lo cubrimos completamente. El tiempo sigue pasando y nada, no hay respuesta del carro funerario. Y es cuando se me ocurre hacer un video y subirlo para Facebook para ver si alguien con más poder agilizaba el proceso. Porque eso no era un pescado en nevera, ni un durofrío, ni una cerveza que uno enfría para unos quince; era el cuerpo de un amigo, de un hijo, de un cubano, de un revolucionario, incluso hijo de un combatiente, y esas cosas son las que indignan, las que me molestan”.
“Llega el carro fúnebre a las siete de la noche… Cuando lo montamos le dijimos al chofer: “espéranos en el cementerio”, porque la familia no tenía transporte y había que irse a pie. Cuando llegamos al cementerio el muy entusiasta chofer había dejado el cadáver y les había dicho a los sepultureros que enterraran el cuerpo que ese fallecido no tenía familia y no venían a verlo”.
Esta historia se asemeja con el humor negro, ese que pone las cosas al límite para provocar risas en los espectadores. La única diferencia es que ahora los espectadores eran familiares y amigos, y las risas se habían cambiado por lágrimas.
Cuenta Ismael que a esa hora apareció una persona del gobierno que se enteró de todo, pero no hizo nada. “Dio la espalda, se montó en su carro con aire acondicionado, por su puesto, y nosotros nos quedamos enterrando a nuestro amigo. Después de eso no ha pasado nada”.
Cuando Ismael subió el video a Facebook contando lo que había ocurrido sabía que se estaba exponiendo a que las autoridades del país le llamaran la atención, pues estaba mostrando públicamente los errores y desaciertos cometidos ante un caso tan triste como el fallecimiento de un ser humano.
“A mí me han amenazado, me han llamado por teléfono, ‘te vamos a hacer esto, tú eres un mentiroso, eso fue un show, eso es mentira’. Pero yo tranquilo, en espera de que alguien venga a atacarme o a ofenderme. Entonces me defenderé”.