Para nadie en el sistema solar es ya un secreto —así quieran verlo o no— el histórico doble rasero del régimen cubano, sus habituales cortinas de humo levantadas a priori sobre cualquier asunto peliagudo (interino), en contraposición al minucioso seguimiento que hacen de cualquier otro (foráneo) —especialmente si es norteamericano—, anexado ahora el salpafuera creado cuando la amenaza atenta en contra de los intereses momentáneos que salvaguardan su estabilidad gubernativa, o al cabo, los corretajes que arman ante un imprevisible problemón que bien pudo aminorarse de haber prestado atención a voces distintas, aún dentro de filas propias.
Para la consecución de esos fines, cuentan con el más espectacular —y discreto por vapuleado— sistema desinformativo puesto en escena.
No voy a citar ninguno, excepto el informe parcial que diariamente ofrece, ¡oh maravilla de trasparencia comuñanga!, el órgano central-oficial del aparato ideológico, como botón –y reacia palanca– de muestra.
En el último reporte del MINSAP (28 de este casi finito y nefasto marzo), que se ha publicado en el diario Granma, referente al avance en el país del COVID-19, continúan detallándose, sin especificar nombres, los datos personales y el historial de posibles contagios en número de los casos más relevantes —entre los 39 signados presuntamente para morir— que, con muy buena suerte y bajo magistrales procederes médicos, terminarán salvados.
Tampoco entraré a analizar si las medidas tomadas por el aparato han sido adecuadas ni correctas, porque arrastran consigo el aciago precedente de haberse acatado bastante tarde. En Cuba se disponían, desde principios de mes, de todas las herramientas del conocimiento real para cerrar filas, fronteras e instituciones prescindibles, pues como "blasfeman" algunos con razón, “esta pandemia es otra obra grandiosa del comunismo mundial”, aunque sea chino. Pero prefirieron alardear del "destino seguro que somos”, el vasto imperio y bastión inexpugnable, por saludables.
Empero, sin que les temblara la voz tras el equívoco, los alabarderos del máximo líder aquí o allá, han inculpado tradicionalmente —ahora con más ahínco que nunca— al “imperialismo yanqui y su macabro e inhumano aparato” de fabricar todos los males mundiales, para luego aparecerse espectacularmente con el antídoto listo a mano. Como en predecible show hollywoodense.
Fueron los camaradas asiáticos quienes anunciaron recién la creación de una vacuna, ya casi a punto de venderse —no regalarse, como sí hicieron con la propagación de la infección y harán con nasobucos y respiradores a la menor de las Antillas—, mientras los exégetas brotan del subsuelo, como la esperanza que todos guardamos de que tal invento llegue a ser de utilidad.
Porque, no se puede olvidar la efectividad escasamente demostrada de un precedente parecido, cuando la pandemia de la gripe A (H1N1) en 2009, que tuvo su origen al sur de los EE.UU. y un laboratorio suizo (Novartis) elaboró el compuesto final que, a pesar de ayudar a inmunizar algunos pacientes tardíos, no evitó muriesen medio millón de personas en el planeta durante el transcurso de los 14 meses que duró, 12 después de ser distribuida.
O cómo la aún exploratoria vacuna contra el SIDA ha tomado medio siglo en ser hallada.
Pero volvamos al informe de marras, que no se puede desvincular de ninguna manera con lo arriba tratado.
¿Por qué ese magnífico ministerio cubano convierte en misterio que precisamente una trabajadora de su sector, digamos la enfermera Jacqueline Collado, de 53 años, colaboradora regresada el 14 del corriente de la República Bolivariana de Venezuela y en plena cuarentena de observación domiciliar (porque resulta obvio que no hay que encerrar ni acuartelar a ejemplar obrera del ramo si es asintomática), haya transgredido la norma establecida para la observancia en estos casos, y no solo visitara escuelas y familiares, sino que encima terminara dando un fiestón con más de 60 personas en una casa en las inmediaciones de Remedios y Caibarién (La llamada Curva de Waterloo), pueblos pioneros con el primer muerto nacional e índice dudoso de afectados por venir , sino que también se haya acicalado para ello en domicilios ajenos de manicuras y peluqueras también recluidas hoy, y que aparezca desubicada exprofeso en este informe, que es el definitivo y no lo que haya comentado algún periodista envalentonado en otros medios, sin siquiera mencionarse el pueblo de donde proviene, o añadir lo que pudiera ayudar a conocidos que la hayan tratado en este período para urgirse a examinar?
El secretismo aquí no es nuevo. Lo que sí lo es la manipulación risible (en asunto tan triste) de la información que por extraña eventualidad se precia de ser exacta, con ánimo de no desprestigiar a quien –cual persona jurídica responsable– rinde informe público, pero no habla de la pertenencia o calidad profesional de sus alocados empleados, ávidos de celebraciones y quebrantadores de normas incluso éticas.
Los servicios médicos cubanos, cuya garantía no precisa cuestionarse, seguirán siendo el primer rubro de exportación del régimen.
Un primo de la mujer, quien también padece de males como la diabetes y que es hereditaria en esa familia -cercano mío–, me ha espetado por teléfono, indignado, sobre semejantes procederes: “Lo que deberían hacerle —si es que ella se salva— sería romperle el título en la cara y recluirla en un manicomio por lo que le reste de vida”.
De esos jacobinos ajusticiamientos ciudadanos, afines a este doloroso compás de espera, jamás dará qué hablar El Granma. O sea, nuestra muy tierna y consejera Abuelita.