El cubano tiene fe, esperanza y caridad, que es la Caridad del Cobre, nuestra Patrona, que sigue flotando en la bahía de Nipe. ¿Dije que el cubano tenía fe? Sí, eso lo mantiene vivo, y tiene esperanza de que algo cambie, lo que no sabe es cómo ni cuándo.
Pero ahora que el flamante y flagrante Miguel Díaz-Canel cumple un añito de vida como bateador designado en la presidencia, en la población de la Isla ha surgido un nuevo grupo de desalentadores: los que creen que Díaz-Canel no durará dos años, y que apuestan a que caerá como el avión siniestrado a un mes de haberse estrenado como presidente no elegido.
Los argumentos de esos cubanos amargados es que con Miguel no ha pasado nada, o que lo que ha pasado ha sido peor. Son los aguafiestas que ven la viga en el ojo ajeno y el tornado en cualquier parte de la ciudad.
Es verdad que hay que tener mala suerte o estar “salao”, para que en pocos días y como está la cosa te pase un tornado por encima destapando la pobreza que habían maquillado durante tanto tiempo los verdaderos culpables, y que luego, sin ton ni son, te caiga un meteorito en Viñales. Parece que a Díaz-Canel todo le cae del cielo. Hasta el cargo.
Eso, sin contar la lluvia diaria de patrañas del imperialismo que ha revelado la siempre alerta Mariela Castro, la del Instituto de Meteorología ideológico.
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Nadie niega que el presidente corrió en Regla, cuando los airados vecinos comenzaron a insultarlo, y eso demuestra que es humano. Nunca antes al cubano se le había ocurrido insultar a un presidente que no fuera Fulgencio Batista. Bueno sí, a uno: Gerardo Machado, pero de ese nadie se acuerda.
Díaz-Canel es continuidad, por lo tanto lo que sucede en Cuba ya venía de antes, provocado por los delirios de Castro Uno y Castro Dos. Él fue el elegido para cargar el muerto, y acaba de darse cuenta que la incineradora no funciona, y no hay espacio en el cementerio. De manera que se ha dedicado a distraer y a distraerse, y a pedir que la gente deje de sustraer. Ni gasolina, ni carne, ni viandas, Y llegado el caso, ni jutías ni avestruces.
Es muy duro saber que uno llega a cumplir un año de vida (Maduro cumple seis), y ya hay gente que apuesta que no lograrás cumplir dos. Que estas serán las únicas velitas que soples junto a papá Raúl, que llevará a Machado Ventura vestido de payaso, a Guillermo García para hablar del zoológico y a Ramiro para sostener la piñata.
Porque en un año se hace poco, sobre todo si tienes tantas cosas en contra, como la economía, la falta de liquidez, los militares de GAESA haciendo hoteles lujosísimos junto a edificios que fueron lujosos cuando Fulgencio Batista era chiquito, pero que el enemigo de Batista no quiso arreglar nunca.
Meteoritos y tornados aparte, hasta las gallinas se cerraron en banda y no han puesto un huevo por simple patriotismo. Y hay que importarlo casi todo, hasta el azúcar, cuando nadie te quiere fiar, ni prestar dinero porque dicen, los muy tunantes, que Cuba es mala paga y no devuelve lo prestado.
Es mucho para un solo corazón que hasta tu propia esposa ande organizando congresos de gastronomía, en un país donde el pan es un fantasma y a veces se confunde con un lingote de oro. Bueno, normalmente es duro como un lingote.
Hay que ver que Díaz-Canel no descansa. Y cuando descansa y cena con amigos, alguien saca una foto que se hace viral y comienzan a criticarlo. Él no ha parado de hacer reuniones. Que si la agricultura, que si la aduana, que el transporte, que si se cae su amiguito Maduro y viene el apagón total. Y para colmo, líos con esa masa humana y médica que Cuba mandaba a otros países para ganar mucho, muchísimo dinero. Y vienen unos musulmanes a secuestrarte a dos galenos.
Para esos cubanos (iba a decir mal nacidos por error, pero la frase no es mía) impacientes y portadores de malos augurios, les pido paciencia. La cosa se va a poner peor.
Y es justo señalar en este, su primer cumpleaños (sin merengue, porque hay que ahorrar huevos), a pesar de los pesares, de los descalabros imprevistos y previsibles, Díaz-Canel, el “puesto a dedo”, ha hecho en estos 365 días algo bueno y memorable: aprendió a usar Twitter.
Aunque lo ha usado mal.