Llamarse Ramiro en pleno siglo XXI es algo aberrante. Aunque Ramiro siempre está dispuesto, nunca protesta y me ha dado tantas alegrías desde que le conozco que cuesta creer que sea un objeto inanimado. Ramiro es mi consolador y ese nombre horrible es obra de una de mis amigas. Yo prefiero no nombrarle, mantenerlo en el anonimato de mis sábanas y almohadas, sin nombre porque no hace falta, solo tomarlo.
Las relaciones a distancia fuerzan la creatividad, siempre hay opciones más sencillas como la infidelidad, que al final tiene hasta la misma terminación, pero esa nunca ha sido una opción para mí.
Durante casi dos años me las ingenié con lo que pude: especialmente con labiales, no acudí a los productos del agro porque eso del sexo con vegetales ya no es lo mío, aunque lo haya probado en el pasado, ciertas texturas eran más agradables que otras; los platanitos maduros, con corteza, eran una maravilla.
Pero yo quería un consolador. Me la pasaba mirándolos en Amazon. Mi sueño era un succionador de clítoris y todavía lo es. Ramiro no es tan perfecto. Un día perdí el pudor y le dije a mi esposo que quería uno, que me lo mandara con un amigo suyo que estaba de paso en Miami. Me dijo que eligiera y busqué uno que succionaba, que tenía 13 velocidades, que era horrorosamente rosado (no había otro color y lo detesto), lucía rico al tacto, maniobrable, “agarrable”, disfrutable…yo lo necesitaba, pero lo que aún era más importante es que lo quería.
Dejaría de desear tener uno porque sería una realidad en mis manos y en otros lados. No es que Cuba sea la meca de los juguetes sexuales, aunque con los años han ido apareciendo Sex Shop virtuales e incluso grupos de WhatsApp donde puedes hacer pedidos de casi cualquier cosa: dildos, fustas, vibradores, succionadores, esposas, dilatadores anales, bolas chinas y un etc. para babearse; aunque con el coronavirus todo se ha detenido.
Yo busqué un succionador pero el envío demoraba muchísimo y quien debía traerlo volvería a Cuba antes. Tuve que elegir uno de los consoladores de una tienda especializada en esas ventas. Nunca me ha gustado mucho lo convencional, yo no quería un dildo realista, deseaba algo más extraño y allí casi todo simulaba penes perfectos, erguidos, desafiantes y a punto de estallar.
Escogí uno que daba más ternura que deseo, el Butterfly Kiss Platinum Edition. Era morado y se componía de dos partes, una para la vagina y otra para mi adorado clítoris, para estimularlo tenía una mariposita con dos antenas vibrantes y perfectas y unas nueve funciones para que no me aburriera. Además, elegí una versión pequeña, no había necesidad de sufrir.
Cuando me lo entregaron con tremendo misterio, en la Terminal de Ómnibus Nacionales de La Habana, el amigo que lo trajo me dijo: ten cuidado no te guste más que tu marido y después no quieras al de carne y hueso. Muriéndome de la risa dije que no, que eso era imposible. Hoy, casi un año después, tengo consolador, pero no tengo esposo. Algunas cosas suelen perdurar más que otras. Siempre apuesten por la silicona.
Ese día iba de visita a ver a mi madre. Mi casa materna siempre ha sido como algo sagrado, allí yo no tengo relaciones sexuales, allí yo soy impoluta y casta. Nadie me lo exige, pero era una limitación que me imponía hasta que Ramiro apareció. No podía esperar a regresar a mi casa.
Ramiro había llegado con cuatro baterías triple A. Desconocía totalmente que él se comería aquellas baterías en par de vibraciones, como en efecto ha seguido haciendo, es que es algo goloso. Fui al baño y lo probé, y tuve el orgasmo más rápido de mi vida hasta ese entonces, luego de eso no he dejado de sorprenderme.
Una de las mejores cosas de la soledad es disfrutar a Ramiro en cualquier sitio: en la sala, en la cocina, en el baño, en la cama. Pero también precisa cuidados porque su higiene es algo prioritario para mí, él necesita un jabón de PH neutro para no alterar la flora vaginal y eso en Cuba es bastante escaso, si hasta los jabones normales han desaparecido. Y el tema, baterías…soy una alta consumidora de ellas, pero es culpa de la intensidad de Ramiro, siempre ha sido su culpa.
Cuando en el mundo poseer juguetes sexuales es algo meramente cotidiano, en esta Isla sigue siendo visto como algo extremadamente controversial, aunque también depende de la zona del país. A mí no me avergüenza hablar sobre esto, disfruto decirles a otras que vale la pena, que nadie les dará el placer que pueden darse a sí mismas sin tener que esperar por nadie. Que no hay presión de por medio, todo comienza cuando nosotras queremos y termina de la misma manera.
Aquellas primeras triple A fallecieron en poco tiempo. En los grupos de compra y venta se encuentra casi cualquier cosa y claro que había baterías no recargables. Contacté a un vendedor y fui a comprarlas, le pregunté por la potencia y enseguida me miro con una cara súper rara para luego preguntar: para qué quieres las pilas. Respuesta que no di. Al día siguiente me escribió a WhatsApp para preguntarme si las pilas le habían servido a mi juguete, él tenía la respuesta. Que si esposa también tenía y que podía hablar con él sobre eso. Inmediatamente lo bloqueé. Algunas veces me lo he tropezado la calle y me mira extraño como quien mira a alguien que hace algo prohibido. Muchos hombres acá no asumen que el autoplacer femenino existe y es algo fascinante y deberíamos, de una vez, dejar de censurarnos a nosotras mismas.
Poco a poco he ido convenciendo a mis amigas, los saberes necesitan ser compartidos. Todas no asimilan el cambio de la misma manera e incluso hay una que se niega. Pero algún día lograré que entienda que no necesita de ningún hombre para sentir un orgasmo, y tener un consolador no anula a nuestras parejas, simplemente le da más libertad y empoderamiento a quien lo posee. Te ayuda a explorarte y puede ser un aliciente en tus relaciones con otros, los juguetes son para jugar.
Ramiro llegó, pero estoy consciente de que no será lo nuestro un intercambio monógamo. El succionador va, como también las bolas chinas y algún vibrador más pequeño aún, solo para retozar con el clítoris. Todo aquello que me regale sensaciones es bienvenido porque en ciertos templos nada sobra.