Envejecer en Cuba es un tormento, más aún en estos tiempos de crisis agravada por el impacto de la pandemia de coronavirus y una aguda escasez de alimentos y bienes de primera necesidad.
Contrario a supuestas garantías y “conquistas sociales” del régimen, que muchos creen aún que existen, aunque no las pueden comprobar en la realidad, los ancianos de la isla deben afrontar a diario numerosos retos para alimentarse y ver otro día más, sin tener ese descanso que se supone se merece cuando se está en la tercera edad.
Por mucho tiempo, varios han escapado a la miseria gracias a que han tenido FE. No la religiosa, sino la que en Cuba, como sigla informal, significa familia en el exterior. Sin embargo, son muchos más los que no tienen hijos, nietos o familiares viviendo en otros países y con posibilidades reales de mandarles lo suficiente para costearse una vida digna en un país cada vez más caro y con menos para comprar.
Como prueba de ello, un reciente reportaje de Cubanet acerca al lector a la cotidianidad de cuatro ancianos villaclareños que, como muchos, han debido postergar su descanso para seguir llevando el sustento a su hogar. Sus pensiones, en caso de tenerlas, no les alcanza para nada y deben acudir a la práctica de oficios y actividades que, al menos, les da para comer.
Luis Silverio, Javier Díaz, Juan Pablo Núñez e Ignacio Medero son los cuatro ancianos cuya laboriosa realidad relata el artículo. Manisero, zapatero, limpiabotas y mensajero son los oficios que, respectivamente, les garantizan ese sustento que las pensiones o supuestas “atenciones” del gobierno no alcanzan a cubrir.
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La esposa de Luis padece de cáncer desde hace 18 años. De no salir a las calles a vender maní no le alcanzaría su jubilación para mantener el costo de esa enfermedad. “Con lo que hago, ayudo a comprar sus medicamentos. Anoche mismo tuve que llamar una motoneta para llevarla al policlínico y nos costó 60 pesos”, explicó a Cubanet el manisero, que pese a las dificultades para conseguir maní y azúcar logra vender la práctica totalidad de lo que hace en las enormes colas que se forman en las tiendas en moneda libremente convertible.
Al igual que para él, quedarse en su casa no es una opción viable para Ignacio. A pesar de sus dolores y achaques, debe hacer enormes recorridos con su carro ruidoso para repartir los mandados de cinco viviendas. “Si no lo hago, se cambian de mensajero”, dijo al referido medio, al tiempo que reveló que nunca descansa y le duelen continuamente las piernas y los brazos.
Como apunta Cubanet, “la calidad de vida de muchos ancianos se ha visto afectada por la subida de los precios en el sector estatal y la ausencia de productos que antes se comercializaban en las tiendas recaudadoras de divisa”.
“No resulta casual la minúscula presencia de personas de la tercera en las filas de los mercados MLC (moneda libremente convertible). Muchos jubilados han debido emplearse en labores informales para poder sobrevivir en tiempos de crisis y pandemia, enfrentándose a largas jornadas de trabajo y a la misma enfermedad”.
Una enfermedad que ha venido a ser otra variable en la difícil ecuación de su vida en Cuba, muchas veces influida también por la soledad y el desdén gubernamental.